61 – SOMBRAS CHINESCAS
Mi vecina tendía la ropa al atardecer, cuando ese calor estival parecía detenerlo todo, hasta la virtud. Apenas colgaba la colada en el tendedero de afuera, el aire se llenaba de un tentador aroma a jabón, y la brisa, juguetona y pícara, empujaba la sábana contra ella y se ceñía a todo su cuerpo, dejando solamente sus piernas por debajo de esa pantalla. Librándose de aquel húmedo abrazo, solía desprenderse también de su propio vestido, que tendía en el alambre mientras ella misma se dejaba acariciar por la luz de la luna y de alguna farola que proyectaba su sombra sobre el lino del jardín. Entonces su figura en blanco y negro se cepillaba el cabello al aire, se untaba de crema perfumada y soñaba, bajo mi mirada clandestina, con cosas que la hacían suspirar. Al cabo de un rato, seguramente aliviada por el aire del jardín, entraba en casa sin siquiera cubrirse, pero antes comprobaba de reojo si en el visillo de aquella ventana del seminario mi agitada silueta seguía espiándola.
Juan M., muy sugerente tu relato y además muy visual, para el lector y para el protagonista. Me ha gustado mucho. Suerte.
Besicos muchos.
Miradas furtivas que espían a alguien objeto de deseo. Describes la escena de forma muy visual, rayando con la poesía. Me ha gustado.
Un abrazo.
Una apuesta sensual y muy bien narrada, Jm.
Suerte y abrazo,