103. SUEÑO DE ADOLESCENTE
Desde hace años vivo en este patio, abandonada. El paso del tiempo me ha quitado piezas y me ha traído óxido. Me ha hecho vieja.
Fui muy feliz mientras me quisieron. Cada mañana iba con Segis, el cartero, a hacer el reparto. Él, al subir, me pedaleaba con esfuerzo y luego, descendiendo, yo me embalaba. A menudo venía Andresín, el hijo de Segis. Sentado sobre la barra Andresín reía. Siempre reía.
Un día Segis trajo una motocicleta. Me cansa dar pedales, dijo. Al niño le gustó y para él dejé de existir.
Ahora Andresín se está convirtiendo en Andrés. Lo sé porque ya no ríe igual y desde aquí lo veo mirar sin mirar por su ventana, soñando amores.
Ayer, mientras la radio celebraba las hazañas de Bahamontes en el Tour, él estaba asomado. Soñaba, sí, pero… ¡me miraba! Sigilosa me deslicé en su sueño. De pronto allí estábamos, juntos, yo de joven, trepando por las duras rampas de un puerto, sobrepasando corredores entre los gritos enfervorizados del público. Cruzamos la meta los primeros. Entonces él me besó. Emocionada salí del sueño. Lo dejé saboreando su triunfo. Yo tenía el mío: volverme a sentir, quizás por última vez, querida, deseada.
A la vejez, algún rescate de juventud, aunque sea efimero, puede ser increible.
Abrazos
Increíble y necesario. Significa sentirse vivo. Gracias por tu comentario.
Muy bello tu relato. Te deseo suerte.
Muchas gracias, María José. Suerte para ti también.
Carlos, las máquinas tambien tiene corazon, como tu lo cuentas parece real. Suerte y saludos
Ana, muchas gracias por tu comentario. Mira que es difícil poner un título, algunas veces me resulta más complicado que escribir el relato. Tendré muy en cuenta tu opinión que, por supuesto, no molesta: se agradece. Un abrazo.
Gracias Calamanda. Suerte y saludos también para ti.