23. Tallas (Javier Igarreta)
En cuanto se paró ante el escaparate, se sintió inundada por la luminosidad del fucsia. Ya estaba bien de aparentar tristeza. Después de todo, Genaro no se merecía tanto. Además él siempre fue muy alegre, demasiado quizás. Lorena entró en la tienda y con su voz cantarina se dirigió a una dependienta que, haciéndose de rogar, levantó la vista de la pantalla. Tras calibrar sus medidas con una mirada inquisidora la excluyó de la oferta. “Sólo quedan tallas pequeñas”, dijo taxativamente y con cierta sorna. Le faltó añadir que evidentemente ahí no encajarían los centímetros de más de su generosa constitución. Por encima de su ceja izquierda, Lorena esbozó un ostensible gesto de desagrado, mientras un amago de cabreo se le removía justo donde antaño sentía las mariposas. Al ver que el desencanto desequilibraba la armonía de su semblante, la dependienta intentó un simulacro de empatía y, como si quisiera sorprenderla con un atractivo plan B, dijo: “La tenemos también en negro, tal vez te quedaría mejor”. Lorena miró fijamente a la dependienta desde el fondo de sus ojos azabaches y, transformando la ira contenida en desprecio, construyó un dique ante sus lagrimales.
La degradación progresiva de cualquier organismo vivo es algo tan inevitable como constatable, ser consciente de ello y asumirlo cuesta horrores, porque a nadie le gusta retroceder, ir a peor. Las tallas de la ropa quizá sean el hecho más objetivo y medible de ese cuerpo que ya no es lo que era, de ahí la reacción airada de esta clienta, tratada con poco tacto por una empleada que sería más respetuosa si cayera en la cuenta de que ese proceso es universal, nadie se salva. La rectificación es aún peor, pues lo que tu protagonista buscaba era sacudirse el luto, no volver al color negro, a lo que parece condenada.
Una historia circular, de ira y amargura bien contada.
Un abrazo y suerte, Javier.
Muchas gracias por tu comentario, Ángel. Todos procuramos sobrellevar con estoicismo la progresiva rebelión de nuestras hechuras. Pero a veces es difícil aguantar a quien no da la talla. Un abrazo.
Algunas veces, cuando te encuentras frente a personas que no tienen tacto ni mano izquierda, dan ganas de usar el jab de derecha para tocarles la cara: eso también es tacto. La dependienta ha estado a punto de sacar lo peor de Lorena pero la forma en la que retuerces su ira y cierta flaqueza para reconvertirlas me ha encantado. Me dejas con la idea de que, en cierto modo, la viudedad le ha dado algo nuevo y especial. Abrazos y suerte, Javier.
No sé si afortunadamente,la mayoría encajamos demasiado. Aunque tampoco está mal convertir la ira en ironía, para ganar por puntos. Muchas gracias por comentar. Un abrazo.
La tiranía de las tallas pequeñas es para hacer enfadar a cualquiera y, si encima, la dependienta es tan poco sensible… No me hubiera extrañado nada que Lorena arremetiera contra ella y contra todo.
Muy buena apuesta.
Suerte y abrazos.
No cabe duda de que Lorena hizo gala de un gran dominio de sí misma.
Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.