88. ¡Tarada!
Antes de los 18 años, salía de casa, en Adrogué a las 6 y cuarto de la mañana, pero antes me fijaba si llevaba el libro La Impura.
Casi dos horas tardaba en llegar al Sanatorio Juan XXIII, en Once, donde trabajaba como administrativa de 8 a 16 hs.
Ese inhumano viaje, siempre a pié, se desvanecía por la lectura, que empezaba en los largos y benditos andenes de Constitución. Iba leyendo mientras caminaba, lo más lentamente posible, dado que me llevaba una masa de gente.
Por aquellos días leía La Impura de Guy Des Cars, y solo podía hacerlo en ese momento, porque después al volver, ya sentada, estudiaba hasta llegar a Remedios de Escalada. Como era mi último año de la Carrera de Técnico en Administración de Empresas, deseaba concluir mis estudios con un buen promedio.
Tenía pensado para el año siguiente comenzar Ciencias Económicas.
Una mañana, cuando más emocionante estaba la historia de Chantal, en la que el ciego quiere arrancarle la pashmina que lleva al cuello, para que no verla involucrada en un delito; de la masa surgió una voz indignada: Tarada, fijate por donde caminás, yo reaccioné pestañando varias veces, como si volviera de un sueño y dije- disculpe Señor, iba leyendo.
Bienvenida a ENTC, Beatriz. Tengo que confesar que no conocía esa obra ni a su autor. He tenido que buscar información en Google. Si la leo, mejor lo haré sentado, para evitar lo que le ha sucedido a tu protagonista. Y que dé gracias de que no la hayan atropellado. Simpática anécdota la que nos muestras. Lamentablemente, en la actualidad esa situación de ir ensimismada leyendo un libro se sustituye por la de ir mirando el móvil cada dos por tres. Suerte y saludos.
Hola, BEATRÍZ (coterránea mía, por lo que leo). Yo también te doy la bienvenida y te cuento que a «La Impura» la leí por primera vez a los trece años, en la biblioteca circulante de mi colegio secundario. Una vez por semana, en la hora de Lengua, teníamos lo que se llamaba «Hora de lectura»: la profesora traía un arcón enorme, lleno de libros, que iba mostrando para que cada alumno eligiera uno para leer. Todavía recuerdo la tapa (mostraba la estatua corroída de una mujer tocada con un sombrero con redecilla) y cuánto me impactó el título, la curiosidad por saber por qué era «impura» y la cara y reproche de mis compañeras cuando me levanté a buscarlo: «¡Mariángeles, qué asquerosa, cómo vas a leer eso!». La cuestión fue que lamentablemente terminó el año lectivo antes de que pudiera terminar de leer el libro y me quedé con una intriga bárbara de cuál sería el final… por suerte pude sacármela varios años después, cuando me fui a estudiar a Córdoba, porque una tía mía que tenía la novela me la prestó y ahí pude releerla y enterarme de cómo terminaba, jaja…
No voy a develar aquí por qué La Impura era «impura» y cómo terminaba la novela (muchos ENTCianos aún no la han leído y no quiero arruinarles la sorpresa), pero sí decirte que me gustó el micro no sólo por el libro que le da entidad sino por la actitud de la protagonista, que de tan enganchada no puede sustraerse a la lectura y termina chocándose con otro y recibiendo el epíteto de «Tarada» (insulto muy argentino si los hay, jaja). Por suerte no me ha pasado eso de chocarme con nadie, pero sí lo de estar enganchada hasta tal punto con la lectura que todo alrededor se me borronea y diluye, excepto el libro que tengo entre manos. Una sugerencia para tu protagonista y para vos también, si te cabe: he descubierto lo cortas que se vuelven las colas en el banco, a la hora de pagar los impuestos, cuando una las pasa leyendo… ¡Te aseguro que ahí no te chocás con nadie! 😉
Gracias por traerme a la memoria este libro tan querido.
Cariños,
Mariángeles