14. Tatuajes con tinta salada
Impacientes abandonan sus asientos antes de que el autobús haya aparcado. Con algarabía se empujan y apremian para salir rápido. En la tercera fila, ajena a todo, la chica de melena oscura mira abstraída por la ventanilla. El resto baja atropelladamente. Gritos, risas, estrepitosas zambullidas, abundantes salpicaduras.
Parsimoniosamente encamina sus pasos hacia el atrayente y desconocido manto azul. Lo escudriña sin recato. Primero lo olisquea, con prudencia, y después lo aspira, con deleite. Con cierto rubor deja que le acaricie sus lánguidos pies. Se estremece. Observa abstraída la rítmica danza que él interpreta. Tímidamente avanza y deja que le lama el primer tramo de sus piernas, hasta las rodillas. El deseo de que acaricie sus muslos y su cintura le impulsa a alejarse, un poco más, de la orilla.
Encandilada, ante su magnética presencia, deja que la envuelva, por completo, en un vigoroso abrazo.
Este primer encuentro deja fugaces marcas en su cuerpo y huellas persistentes en su alma. Los surcos de salitre que serpentean, entre el incipiente bello de sus adolescentes extremidades, son prueba de las primeras y, el anhelo y la necesidad de estar cerca de su querido mar, de las segundas.