80. Terremoto
La tierra tiembla al lado de la charca. Elena cae sobre mi pecho, entre mis piernas, aunque evita que choquen nuestras caras. Me pongo rojo, muy rojo, como un tómate hubieran dicho nuestras madres. Otra sacudida agita nuestros cuerpos; se agarra a mí por miedo más que por deseo y noto al rubor convertir mi cuerpo en el infierno. Entonces miro el agua del lavajo, su aliento agónico que otras veces apaga mis hogueras, la voz de las vecinas convertida en un coro de fantasmas que repite una y otra vez lo buena pareja que siempre hemos hecho. Han pasado apenas diez segundos y me han llenado más que tantas noches sin luna entre el cieno ensangrentado. Elena se levanta y corre hacia donde se han quedado los demás. El filo de su falda choca con la parte trasera de sus muslos, mientras mis manos lloran por no haberse atrevido a profanar el mismo templo. Me levanto y corro también, aunque perseguido por el aura mártir de la culpa. Cuando la alcanzo ya estamos con el grupo. Bromean: «¿Teníais condones?», «¿Para cuándo es la boda?»,« ¡Daros un besito!». Noto que el bochorno me atenaza, ella sin embargo responde: «Es inofensivo».
Casi en el último momento, llegas y, como siempre, nos dejas un relato magnífico, con unas frases tan descriptivas y bellas que nos dibujan la vergüenza de este joven por no haber aprovechado el momento que se le ofrecía para «apagar sus hogueras». Mucha suerte, Juancho. Me gusta mucho. Besos.
Jo, creí que no llegaba… Muchísimas gracias María José por la lectura y por tus bonitas palabras. Para mí es un privilegio que te guste.
Un beso grande!!!
Y enhorabuena por ese asombro tan primaveral con el que nos has regalado la vista para esta convocatoria enteciana.
Besossss!!
Una cosa es el respeto, que nunca se debe sobrepasar sin permiso, y otra muy diferente la vergüenza que, como casi todo, tiene sus límite. En medio de ambos extremos deambula tu personaje, en un equilibrio que le resulta muy difícil mantener, mientras se aferra a uno de esos lados, tanto, que ni siquiera algo tan inusual como un terremoto es capaz de moverle ni un milímetro. Eso no le evita la vergüenza posterior ante las burlas de quien da por supuestos ciertos detalles que no se produjeron, ni algo que debió de dolerle de veras: las dos últimas palabras encerradas entre comillas, que nunca olvidará.
Un relato lleno de maestría, que demuestra que para crear una buena historia no son necesarios muchos medios, ni grandes sucesos, solo oficio.
Un abrazo y suerte, Juancho
jo Ángel, muchas gracias de nuevo!!! Tus comentarios son un bálsamo para quienes escribimos en ENTC, siempre acertado y cariñosos, pero en este caso te lo compro todo menos los de la maestría, yo no soy más que un aprendiz, quizá torpe, al que todavía le queda mucho camino por delante, pero agradezco, aunque inmerecido, el pirporo.
Una abrazo grande!!