50. TIEMPO MUERTO (Juan Manuel Pérez Torres)
Se mostró tolerante cuando llegó con esa despreocupada sensación de que allí iba a perder el tiempo. Había dejado cosas a medio hacer, en proyecto varias visitas a familiares y amigos, pendiente la lectura de algunos libros que le habían llamado la atención o le fueron recomendados y mal sabor de boca por no haberse despedido bien de su cónyuge. Además, con las prisas, el paseo con su perrita se había quedado esperando…
Mientras sí, mientras no, su cabeza seguía trabajando. Había estado contabilizando los minutos trabajados por sus empleados para calcular las horas de productividad, cuando su reloj de fichar le dio fallo. Y allí estaba ahora, esperando pacientemente que alguien lo arreglara.
Me lo contó días después, ya consciente y sin sedación, mientras, gota a gota, recuperaba el ritmo normal de su corazón tras la sacudida. Me dijo haber tenido entonces la visión en capítulos de su pespunteada vida, en tanto que su corazón (tic tac) latía a golpes de mi desfibrilador.
Este empresario, mientras calcula el tiempo de sus empleados a la hora de pagarles (tanto vives, tanto vales), se ve envuelto en la misma red, atrapado por un reloj que se detiene, que coincide con el suyo interno, lo que supone su fin, que llega sin avisar. Todo queda en un serio aviso, aún le quedan minutos que vivir, su maquinaria es rehabilitada, pero seguro que el episodio le hace pensar que es efímero, una realidad que a menudo se nos olvida, porque es difícil de aceptar. Es previsible que una experiencia tan fuerte le cambie, que intente no posponer para más adelante nada, no sea que se quede a medias.
Un relato sobre nuestra propia caducidad y cómo nos condiciona.
Un abrazo y suerte, Juan Manuel
Gracias Ángel por tu lectura y tu comentario. En efecto, mi protagonista ha tenido un «tiempo muerto» para reflexionar y reorganizarse. Identificar el latido de su corazón con el tictac del tiempo y el infarto con la avería del reloj de fichar, seguro que le hacen pensar en la productividad de su empresa, su vida. Le queda averiguar qué será lo que actúe en su normalidad cotidiana como actuó en su corazón el desfribilador. En eso hay que estar.
Un abrazo… precordial.
Suerte, maestro.
Toda una vida en unos segundos. Quizás le sirva para tener la oportunidad de corregir a tiempo. Muy bien hiladas las metáforas.
Gracias Edita, de corazón.