50. Tormenta de otoño
Aquella lluvia del otoño, deslizando por el cristal sus gotitas grises como lágrimas de la tarde puede que les ablandara el corazón. Puede que encender la chimenea para ahuyentar los escalofríos que marcaban el final de su verano contribuyera también a crear ese momento mágico. Lo cierto es que algo que creían irrecuperable se despertó entre ellos. Una tormenta repentina de manos y lenguas, piel y deseo les convirtió en un único animal que ciego de lujuria reptó por la rampa ascendente de un placer ajeno a toda cordura.
Cuando el chaparrón cesó dejando su olor a tierra mojada, un hueco entre las nubes puso en la cristalera un tardío rayo de sol. Su luz agonizante les recordó el ocaso en el que hacía tiempo vivían instalados. Los pétalos rojos de la rosa que con vehemencia quisieron deshojar resultaron no ser más que prendas esparcidas por el suelo con las que ahora, vaciados, volvían a vestirse para regresar al hastío de seguir juntos.