107. Trabajo rural comunitario (Yashira)
Durante años no supe de dónde venían los tomates, jamás los había visto fuera de las fruterías, pero como el destino es caprichoso, aquí estoy, quedamos pocos aldeanos y aunando fuerzas mantenemos la producción suficiente para la subsistencia.
Cada mañana me levanto antes que el sol. Con el crepúsculo regreso a casa arrastrando fatiga de años. Así un día tras otro hasta el domingo, jornada de descanso. No, no voy a misa, he cambiado la mantilla por el delantal de faena. A la tierra no tengo que rezarle ni pedir perdón por mis pecados. Ese dios al que rogué para evitar las palizas, al que supliqué por mis hijos; aquel sacerdote que me decía, hija, tienes que tener paciencia, dios sabe lo que hace; nada hicieron cuando quedamos bajo un montón de escombros, cuando aquel al que debía obediencia destruyó lo más sagrado.
Viajé dejando allí la vida. Y muerta, aunque no enterrada con ellos, me instalé en un lugar casi despoblado que me ha devuelto la energía.
Es la historia de Manuela, que a sus setenta y tantos años continúa su labor incansable, y cada nueva temporada, da a luz vida que nace de las entrañas que la cobijaron.
Nunca es tarde para tratar de rehacer una vida destrozada por los agravios del marido y el desencanto causado por la forma de actuar de quienes deberían apoyarnos en la adversidad. Saludos y suerte.
Gracias Jesús, la suerte no la andaba buscando, solo deseaba participar que ha pasado mucho tiempo desde la última vez y me hacía ilusión. Casi, casi no llego como otras tantas veces, esta vez no se me ha quedado como borrador.
Un saludo.
Maribel, tu cuento es un canto a la esperanza, contiene fuerza y ritmo. Suerte y saludos
Gracias Calamanda, muy amable y generosa en tu comentario. Saludos.