52. Tres deseos
El ático le pareció poca cosa, y ante sus ojos surgió una mansión descomunal, donde las últimas habitaciones se perdían en el horizonte. Su novia de toda la vida le resultaba demasiado sosa y ante sus ojos apareció una extranjera de cuerpo escultural y rostro felino. Comprendió que no estaba a la altura y ante sus ojos su atuendo vulgar se transformó en traje de Armani, y su hablar, tosco y barriobajero, adquirió la delicadeza de políglota experto.
Ahora, él se lamenta en inglés de no encontrar personal para limpiar la mansión, en italiano escupe reproches cargados de celos, llora en portugués las ausencias de ella, soporta en francés el desdén de su mirada arrogante, esquiva, de gata. Y maldice, en los siete mil idiomas que habitan el mundo, el día en que su madre le pidió que quitara el polvo a las lámparas acumuladas en el desván.
La felicidad no consiste en tener dinero, riquezas y demás (aunque ayuden), porque todo tiene contrapartidas, un equilibrio no escrito que ha de cumplirse. Los tres deseos concedidos al frotar una lámpara mágica parecían ideales, pero le faltaba la segunda parte, las consecuencias.
Un relato con mensaje y bien llevado.
Un abrazo y suerte, Elena.
Gracias Ángel, por leerlos a todos y cada uno de nosotros, por comentar y aportar. Me admira tu generosidad. Un abrazo enorme.