13. UN CUENTO DE HADOS
De repente se inventó el transistor. Ya no había que quedarse pegado a las faldillas de la radio para oír el partido del domingo. Don Jenaro tuvo que claudicar ante Patro y acompañarla al paseo por la calle mayor, artefacto en ristre. Pronto se encontró con Argimiro el cristalero, con Ulises el guardia, con… Todos con su bultito oscuro pegado a la oreja, diciendo “sí, cariño” o “buenas tardes” con desgana, mientras escuchan el 1-0 del Andújar-Moratalaz con nerviosismo. Es una extraña cofradía, con sus santos griales en las manos. Cada domingo crece la convocatoria, hasta hacerse multitud. Un día, todos los aparatos emiten una frecuencia dulce que obliga a los varones a dirigirse a las afueras. Allí una fuerza invisible los retiene. Una voz habla: “Prohibir tajantemente el balompié en el Reino”. Si no, se volatizarán los cabezas de familia. No hay más remedio que claudicar. Al cabo de un año algunos tocan el violín, otros leen a Proust o conversan sobre la Grecia de Pericles. Se organizan sesiones de teatro, se conversa sobre asuntos como el alma y lo bello. Han pasado décadas, por eso hijitos no conocíais ese objeto redondo que había en el desván.
No hace tanto tiempo que muchos hombres tenían un apéndice al lado de su pabellón auditivo, que narraba jugadas de forma pasional, que hacía a los oyentes masculinos sujetos sordos y ajenos a cualquier otra realidad. Me ha gustado ese mundo abierto a otras nobles artes que has dibujado, que podría haber tenido lugar de haberse prohibido esta adicción. Tal vez hoy sucedería algo similar si se erradicasen los móviles, las videoconsolas de juegos o la telebasura. Desde perspectivas diferentes hemos tocado el tema futbolero, tan unido a la radio.
Un abrazo Antonio. Suerte
Te agradezco Ángel tu comentario. El cuento es una caricatura, y como tal es exagerado. No detesto el fútbol ni creo que sea incompatible ser futbolero, e incluso hincha, y leer a Schopenhauer. Pero quería hacer la referencia a aquella época que yo viví, en que los maridos salían a ver escaparates con el aparatito en la oreja. Las aficiones -incluso al móvil o las consolas- no son malas, aunque lo puede ser el exceso.
A mi me ha dolido eso de que el Moratalaz pierda contra el Andújar, pero te lo perdono porque me encanta tu solución que, como dice Ángel, bien podría aplicarse hoy en día con los móviles. Y sí, solo hay que ver al cura de Ángel en el confesionario para darse cuenta de lo adictivo de ese opio transportable. Suerte y beso.
Gracias, amiga Eva. Me salieron esas dos localidades porque quería poner dos que no fueran las habituales en la liga. No tengo ni idea de si tienen equipo de fútbol porque en eso son un ignorante absoluto. Te digo como a Ángel, pretendía satirizar un poco una afición llevada al extremo.
Una idea que ronda a tantos (en secreto, que si lo dicen los miran como marcianos) explicada con una filigrana en forma de cuento. Bonito. Muy bonito y muy bien armada esta solución que propones y que tan buenos réditos acaba dando. Me ha gustado mucho como has utilizado esa imagen de domingo y transistor en la oreja, y la has ido transformado. Mucha suerte 🙂
Gracias, Juan Antonio. Me llegan muy dentro tus elogios sobre mi texto. No deja de ser una ocurrencia un poco simplona, pero me sale sin querer esa especie de inquina cordial que le tengo al llamado deporte rey con que nos bombardean sin piedad por los medios. A veces ceno oyendo Radio María, de pura desesperación. Por lo demás, la época de los transistores la tengo muy vivida.
Tu relato tiene mucha ironía, y eso es signo de inteligencia.
Te aplaudo, Antonio
Pues gracias, María Jesús. Ironía y hasta sarcasmo, y un poco de mala leche a lo mejor. Para mí el sentido del humor es básico y pienso que debería estudiarse en las escuelas. Sí todo el mundo fuera capaz de reírse de sí mismo se arreglarían muchas cosas en el mundo.
Espero que la pasiones terrenales no nos idioticen y que nuestras mentes se abran al conocimiento y a otras emociones. Relato con moraleja, Antonio. Me ha encantado. Abrazos.
Pues nada, Esteve, me alegro. Moraleja tiene, y también un poco de inquina contra el «deporte rey».
ANTONIO, cuentas lo que no hace mucho era cotidiano, y ahora ya es lejano. La tecnologia no para, y tu lo recuerdas con atino. Suerte y saludos
Un cuento muy bien llevado hacia esa exageración de escuchar los partidos y olvidarse del resto del mundo. Una ironía hacia esa actitud extrema.
Un final con esa imagen de una esfera como algo extraño venido de otro mundo.
Me gusta y mucho tu relato Antonio.
Abrazos.
Ay, querido Antonio.
Lo que no sabes es que aún queda una aldea, del tamaño de un confesionario, que, irreductible resiste al invasor cultural.
Para más datos…visite usted el relato de Angel Mora.
Con un fanático del Combarro Fútbol Club no puede ni Proust, querido.
Lo he leído, Modes. Efectivamente coincidimos en el tema, aunque desde ángulos distintos. Ya lo comentamos él y yo.
Me has hecho reír, y pensar. Supongo que como la historia, todo es cíclico. La salida de la caverna, y al fondo… de nuevo la entrada, y así. No sé si me explico.
Un abrazo, compañero. Y suerte.
Muy visual tu relato, ver a esas parejas ella en silencio caminando como autómata mientras él taciturno solo está pendiente del transistor, solo roto el silencio por un gol o una mala jugada…
Me ha encantado.
Un abrazo y suerte.
En donde yo vivo todavía subsiste un sujeto como los que nos pintas en tu relato. Pasea por el pueblo cada día con el pinganillo encastrado en su apéndice, impertérrito, vaya acompañado o no.
Un abrazo y suerte,
Ton.
Gracias a los últimos que habéis comentado. No os contesto uno por uno que tengo que ir a ver el partido.
Muy buen cuento, Antonio, aplicable a otros tantos aparatejos de los que nos hemos hecho esclavos…Mucha suerte.
Abrazos
Yo recuerdo lo que dices. Ver cómo mi padre se cruzaba con otros padres (todos obligados a salir a dar una vuelta a la hora del partido) y auqneu aparentemente se saludaran, estaban bastante lejos, en la misma «ausencia».
Así era, Reve. Aunque ahora estamos atontados con el móvil, osea que no hemos evolucionado mucho.