60. Un día de verano
Abrió la puerta y ni siquiera me miró. Aquella fue su última cobardía. El portazo impactó sobre mi cuerpo como un disparo. Ya estaba fuera de su vida. Su rastro se esfumó en el aire y todo fue silencio y soledad.
Duele el desamparo.
Duele la ausencia.
Duele el rechazo.
Duele la mentira y duele la derrota.
Han pasado los días y las marcas de su coche en el asfalto se han borrado. Tengo hambre y mucha sed. Y miedo. Las noches aquí son largas y oscuras y todos los ruidos me asustan. No sé cuánto más resistiré.
Acurrucado entre las zarzas que bordean la cuneta, atento al latido sordo de la carretera, apoyo la cabeza entre las patas, cierro los ojos y aguardo con paciencia su regreso. No desfallezco. Sigo esperando. En cualquier momento ─a esa ilusión mi lealtad traicionada se aferra─, volverá. Sé que volverá. ¿Cómo no va a volver a buscarme?
Terrible accidente de tráfico donde falleció el malvado dueño del fiel canino.
Triste y doloroso a la vez que un canto a la lealtad de su mascota.
Me ha encantado, Marta.
Mucha suerte
El verano, es, tradicionalmente, época de abandono de mascotas, se ve que es cuando más estorban a quien no las quieren bien. Hay que ser muy cruel y caprichoso para adoptar un animal, de él y abandonarlo a su suerte. Él, por el contrario, es todo nobleza y fidelidad pese a todo. Algunos tendrían mucho que aprender de ellos.
Un abrazo y suerte, Marta