UN ENTCERRADOS? sobran razones…
Teníamos que hacerlo… no hay una mejor ocasión para permanecer unidos que cuando andamos separados, y además… aunque la distancia no ayude …tenemos “tiempo” para resolverlo. Nos parece un momento perfecto para retomar de manera oportuna y oportunista un … ENTCerrados Extra.
(Y vaya con la propuesta todo nuestro mensaje de cariño, ánimo y solidaridad)
… qué mejor ocasión para hacer lo que más nos gusta…
Estas son las condiciones especiales del concurso…
- Jurado… a la búsqueda… para una primera selección de entre 10 y 20 relatos. La elección final de los ganadores se hará por voto popular con participación de todos los usuarios de ENTC, participantes o no en este concurso.
- Tema completamente libre
- 2 relatos por autor como máximo, aunque solo podrá ser seleccionado uno de cada uno de los participantes para la votación final.
- Máximo… 111 palabras incluidas las obligadas y sin contar las del título
- Fecha de cierre… hasta el 26 de marzo, incluido.
- Comienzo del relato: Debe comenzar por la palabra EN
- Final del relato: Debe terminar por la palabra CERRADO
- Deberán usarse obligatoriamente dos de estas palabras o derivados: casa, limpieza, solidario, juntos
- Quedan prohibidas el uso de estas palabras y derivados: virus, enfermedad, contagio y epidemia
Premios: Ilustración enmarcada original de Maria José Escudero, ganadora del ENTcerrados 2019, utilizada en el video del relato ganador 2020 “La Siembra”; un lote de productos Alonso de la Torre y además, los dos relatos ganadores se incluirán en el recopilatorio de 2020.
El relato debéis publicarlo como “comentario” en esta misma entrada, y una vez hecho no se permitira correcciones ni cambios.
1. PRIMERA VEZ
En pocas horas voy a dejar de ser virgen. Todavía no me lo creo, me ha llamado mi novia y me ha invitado a su casa el fin de semana entero para pasarlo juntos.
Me ha dicho que le lleve ginebra, tónica, unos bombones y una caja de 12 preservativos.
En el asiento del copiloto llevo una bolsa con todo.
Pongo el casete con la canción que me encanta, «Je t’aime… moi non plus».
Me emociono y paro en un área de servicio para aliviarme, unas monjas me miran.
Ya en el coche pongo la radio y en ese momento dice el locutor que el acceso a Madrid está cerrado.
2. Mi madre ni nombrarla
En mis fantasías la noche no iba a terminar así. No tenía planes de hacer una limpieza a fondo de tu casa, más bien había preparado algo mucho más divertido junto contigo, una fusta y unas esposas. Pero todo se torció al escapárseme aquel golpe. Te enfadaste. Los dos perdimos el control. A mí no me me importó que me insultaras, pero mi madre era una santa. Y mucho mejor ama de casa que tú, ¿a quien se le ocurre no tener lejía en casa? Bueno, ahora todo está en orden tras visitar el supermercado. No queda ni una huella mía mientras tu cuerpo se disuelve en la bañera. Caso cerrado.
3. ORDEN BURGUÉS
En la mansión cada uno ocupaba su lugar como corresponde a las buenas costumbres. Los padres abajo, en las butacas del salón frente a la chimenea. La criada tocada con cofia al pie de la cocina. La hermana mayor sentada al piano de la sala de música y los pequeños juntos en la sala de juegos de la buhardilla. Desde que se había hecho mayor, la niña apenas los sacaba de allí y así sin abrir a menudo sus puertas, dentro de la casa de muñecas olía a cerrado.
4. Legado vital
En la vida conocí un amor tan intenso como el de mis abuelos. Su hogar estaba impregnado de una energía alegre y dulce, de la luminosidad que emanaban. Allí resultaba imposible no rozar la felicidad y sentirse en paz con el mundo. Fallecieron a la misma hora, el mismo día, sonriendo, enfrentándose a la muerte como uno solo. La casa se derrumbó oscura, en una ruina acelerada que la hizo desaparecer en apenas una semana. Cada uno de nosotros perdió doscientos gramos de corazón y tres litros de alma cristalina. Pero cuando necesito recuperar mi fe en la humanidad, me basta imaginarles juntos, dándose un abrazo eterno dentro del ataúd cerrado.
Ay, los abuelitos, cuanto dejan. Besetes
44. TRANSFORMACIÓN En casa de mi madre todo se volvían obligaciones y reproches:
«No has hecho la limpieza de tu habitación, no eres un buen hermano porque nunca jugáis juntos, jamás obedeces las órdenes de tus padres». Lo peor ocurrió cuando fueron obligados a pasar la cuarentena aquella recluidos. Entonces les demostró que no sólo era un buen hijo y mejor hermano sino que además en su afán por ser solidario, mientras ellos permanecían cómodamente en su hogar al resguardo del peligro, él arriesgaba su vida como voluntario en aquel hospital cerrado.
5. ENSEÑANZA PRÁCTICA
En el aula, el profesor Hiromi Kimura, ya vestido y suturado, emprende la limpieza cuidadosa de su instrumental, lo recoge y da por terminada la clase de Anatomía para marcharse a casa. Mañana, último día de curso, desde la azotea del Paraninfo impartirá la lección sobre Saltos Suicidas, que la televisión de la universidad retransmitirá en cerrado.
6. VENTAJAS DE UTILIZAR LA ESCALERA
En el ascensor de mi casa ya nadie habla del tiempo cuando coincide con algún vecino. Tras pulsar el botón de nuestro piso, nos miramos los zapatos como si nos doliera encontrarnos con otros ojos. O suspiramos para liberar la congoja que se apodera de nosotros en cuanto entramos. Esta desolación desaparece al salir al rellano y recobrar nuestra anterior personalidad. Quizás tenga que ver con el nuevo spray que utiliza la señora de la limpieza que, según dice, es el que usan en los tanatorios. Así que, mientras todo se aclare y como jefa de la comunidad, he decidido poner en la puerta el cartel de cerrado.
7. No me canso
En un tiempo ya lejano, yo creía que la Luna llena era un disco que si yo fuera gigantesco podría alcanzar, y que la bajaría a la Tierra lanzándola sobre el agua para ver cuantos botes conseguía, como todavía hago con los guijarros que encuentro y no sé cuando parar.
Cuando me enamoré de Laura, se lo conté. Se rió mucho, pero no había limpieza en ello. La ofensa valió para la distancia.
Ahora, Cris y yo, llevamos años juntos, pero de vez en cuando me pide que se lo cuente otra vez al oído mientras nos amamos. Su calor y fantasía habitan en un corazón que nunca está cerrado.
8. Indecisión
En la cuna, protegido por encajes de cariño, observo el semblante de expectación de mis progenitores. Juntos esperan mi primer vocablo con babeante ternura, «paaaaapá, maaaaamá». Quiero ser solidario con su anhelo, pero mi recién estrenada moralidad me impide defraudar su amor y mis labios se inhiben y callan.
El tiempo transita implacable, a mis cuarenta años ninguna palabra ha brotado de mi garganta. Mi madre ha muerto, la lloro y la echo de menos, mas una variable ha desaparecido de la ecuación de mi tormentoso silencio. Así pues, me acerco a mi padre y mirándole a los ojos pronuncio mi primera palabra.
—Paaa…pá.
Por fin, mi titubeo existencial quedó cerrado.
9. CENIZAS
En casa de mi abuela había un frasco en la cocina que nunca abría. Lo tenía en la estantería de arriba y no lograba ver su contenido aunque en cada visita lo miraba curiosa.
En una tarde de limpieza vi a mi abuela con el tarro en la mano y le pregunté qué había en su interior, sonriendo me dijo que una vida llena de recuerdos y lo volvió a colocar donde siempre lo había visto.
Años más tarde, sin mi abuela ya en esa cocina, pude leer la etiqueta con una fecha y unas iniciales que coincidían con las de mi abuelo. A día de hoy ese bote sigue cerrado.
10. Tras la tormenta
En cuanto estalló la tormenta, propuso ir a su casa para refugiarnos de la lluvia. Era nuestra primera cita. Apenas lo conocía, pero acepté porque estábamos empapados. Al llegar, me impresionó encontrarla tan impecable. Todo estaba ordenado. Se notaba que le habían hecho una limpieza a fondo. Olía a desinfectante. Nos quitamos la ropa mojada y la sustituimos por toallas. Estábamos pasando una noche maravillosa juntos hasta que sacó un maletín, me hizo tumbar en una camilla y se empeñó en maquillarme. No sé qué pasó, pero desperté sola, muerta de frío y sin rastro de él. Como despedida, dejó un cartel que decía: «Hasta nuevo aviso, este tanatorio permanecerá cerrado».
11. Llamada de Infantes
En cuanto empezaban las vacaciones de verano nos sentíamos libres. Y ansiábamos salir, coger las bicis, ir a la piscina con nuestros amigos…
Olvidando la regla principal de nuestra familia: Una vez todos reunidos en el salón, nuestro padre, muy serio, llave en mano, abría un cajón misterioso, sacaba una vieja trompetilla, y llamando a limpieza general, asignaba una tarea a cada hermano. Y vaciábamos armarios, estanterías, cajas, de todo cuanto ya no usaríamos.
Hay que ser solidario con los que no son tan afortunados como vosotros, insistía mamá.
Nosotros, refunfuñando, deseábamos que al llegar el siguiente verano, se olvidara de aquella maldita llave. Y el cajón permaneciera para siempre cerrado.
12. EN SOLEDAD
En el silencio de madrugada el aire parece hablar. Se acerca a la cama y te susurra que las sombras cobran vida y la casa parece habitada por seres mágicos. Intentas no abrir los ojos y te tapas con la manta hasta no poder respirar bajo las sábanas.
Los minutos se hacen horas y la noche alarga sus tentáculos. El miedo y el sueño, juntos, consiguen un duerme vela donde las pesadillas campan a sus anchas. Despiertas empapado en sudor y entonces te das cuenta que ya es de día. Te levantas y colocas un cartel sobre la almohada que reza “cerrado”.
13. NO
En casa, mi padres repetían que hay que saber decir que NO. Para mí NO es fácil. NO supe negarme cuando Andrea me pidió que cuidase a Tigre unos días. Él me odia, yo lo temo.
Al quedarnos solos intentó agredirme con sus uñas. Logré meterlo dentro del armario de la limpieza. En un centro de acogida de animales hallé otro Tigre idéntico, pero dócil.
Andrea, que NO notó el cambiazo, me propuso que nos acostáramos. Yo NO estaba de humor y por primera vez dije que NO a alguien.
Ella intuye que hay gato encerrado, pero NO tengo valor para liberarlo. Nuestra incipiente relación también se ha cerrado.
14. ÚLTIMA CENA
En situaciones de estrés siento unas ganas compulsivas de comer. Soy capaz de devorar dos cruasanes rellenos juntos, seguidos de otros tantos. La mezcla de azúcar y adrenalina es lo más parecido al placer absoluto. Pero esa pasión por la comida y el riesgo me hicieron descuidado. El envoltorio de una chocolatina sirvió para localizarme.
No han sabido agradecer mi cruzada sagrada por la limpieza étnica, que con un rifle francotirador haya abatido a muchos elementos indeseables, desde tullidos a extranjeros.
Nunca imaginé que la sociedad pudiera ser tan cruel con un hombre: la mesa está llena de viandas antes de la inyección letal, hoy, que tengo el estómago cerrado.
15.- AISLAMIENTO.
En mi nuevo refugio todo queda a mano. Sobre el colchón, que cubre perfectamente la bañera, coloco un tablero y ya tengo mesa. Con la cortina de plástico separo el retrete, pero también la utilizo como mantel. He colocado el microondas sobre la lavadora, friego en el lavabo y lo recojo todo en el armarito con espejo, junto a los cepillos de dientes y las sopas de sobre. Barrer no cuesta nada y, cuando termino la limpieza, me acurruco en la improvisada cama para dormir. Por ponerle un par de pegas: los pesados de mis padres, que no paran de aporrear la puerta, y este penetrante olor, como a cerrado.
16. EL COMISARIO
En las macetas del balcón se contorsionaban esqueletos de ficus y geranios sobre la tierra agrietada. Hasta los cactus agonizaban. Tener plantas chuchurrías en una casa tan de diseño, con sus vigas en blanco decapado, sus sillas de forja, sus puntos de luz tan bien orientados, no me cuadraba.
―¿Y estos cadáveres? ―Escogí adrede esa palabra para acorralar al sospechoso. Después le miré fijamente a los ojos, sin pestañear, hasta que se derrumbó. Tengo una mirada que desarma, lo suelen decir mis conquistas cada vez que salgo a ligar.
Entonces confesó. Encontramos el cuerpo de la prostituta junto al de otras dos desaparecidas tras un muro de carga. Caso cerrado.
17. Señales caducadas
En la maleta metió, de cualquier manera, el neceser, sus vaqueros, tres jerseys, varias mudas y las zapatillas de running. También la sopera de loza de la alacena. ¿Para qué?, se preguntaría, cuando apareció rota en la cama de otra habitación cualquiera y desangelada.
Hacía tiempo que permanecían juntos por conveniencia económica. Los alquileres estaban por las nubes, casi en la estratosfera. Y se cruzaban en el pasillo de lo que fue su casa como dos extraños, desviando miradas, apretando nudillos, cuerpos incómodos, besos olvidados, sonrisas congeladas.
La limpieza de su amor había caducado, llenándose de manchas grises y malolientes. Como en un trastero que se deja por demasiado tiempo cerrado.
18. FESTIVIDAD DE LA PATRONA
En cuanto empiezan los lentos acordes de una melancólica balada, se cierra suavemente sobre sí mismo. Primero pliega sus extremidades sobre el torso, después encoge y dobla la cabeza integrándola en el pecho. Finalmente, recubre con grasa, músculo y piel los huecos que sus vísceras han liberado al comprimirse, hasta quedar convertido en un gurruño del tamaño de una pelota de tenis. Más tarde, al cesar la música y los aplausos, vaciarse la sala y apagarse las luces, los del servicio de limpieza lo recogen en una bolsa y, junto a globos, farolillos y banderitas, antes de marcharse a casa, lo depositan en el contenedor, frente al penal ya cerrado.
19. Just Married
En medio de la casa, se hacinan las tortugas. Nos miran con sus caras primitivas, mientras se pisotean unas a otras por ocupar la cúspide. No sabemos de dónde han salido ni tampoco lo que buscan. Si alguna se queda boca arriba, otras, las más próximas, la devoran sin piedad, primero patas y cabeza, después introducen sus cuellos alargados para mordisquear el interior. Arrebañan hasta dejarlo limpio por completo. Entonces, aparece una calavera en su peto mortecino. Por las noches un ronquido espeso traspasa sus corazas. Es es entonces cuando el miedo se apodera de nosotros e intentamos escapar. Revisamos puertas y ventanas, postigos y cerrojos, pero todo está cerrado.
20. LA ALCOBA
En el mismo portal encontró sitio para aparcar. No le había pillado ni el atasco de la rotonda ni el semáforo de siempre ni la salida del colegio. Subió en ascensor a casa y entró en la habitación.
En la mesilla vio dos copas medio vacías junto a una botella de champán. Sobre las sábanas revueltas jadeaba Manoli en cueros, totalmente colorada y con las piernas abiertas. La miró unos segundos y desató los pantis que la sujetaban a las patas de la cama.
―Hoy no, me duele la cabeza ―se excusó, bajando la persiana y recostándose―, necesito descansar.
Tuvo que esperarse Basilio hasta oír sus ronquidos para salir del armario cerrado.
21. Hecho está
En un sueño, soñaba que soñaba, y en este la misma historia. No sé cuantos se sucedieron uno detrás de otro, como si mi subconsciente fuera la casa de una anclada perpetuidad inquietante.
Es increíble que me suceda, porque no suele darse el caso, pero recuerdo hasta el último con limpieza inaudita. En ese yo soñaba que soñaba en una cadena interminable que no pararía cada vez que me durmiera, pero escuchaba a Morfeo, como en un susurro cómplice, decirme que si en algún despertar lo escribía como un relato el asunto se daría por cerrado.
22. DÍAS RAROS
En casa aprovechamos estos días de encierro para hacer limpieza general. A cada uno se le da una tarea: Juan se encarga de limpiar ventanas y persianas. Pedro se ocupa de los armarios de la cocina y Cristina ordena y clasifica la ropa vieja. Yo cuido de que todo se haga bien y preparo la comida.
A eso de las ocho de la tarde y antes de cenar salimos al balcón a aplaudir al personal sanitario. Antes de acostarme miro por la ventana y me entra algo de tristeza al ver la puerta del bar de enfrente, donde tomamos unas cañas, con un cartel colgado que pone CERRADO.
23.- CUANDO BROTEMOS
En cuanto despego los párpados de mi ojo ileso descubro el perverso contador. Marca ahora, exactamente, doce años, ocho meses y veintitrés días. Es el tiempo que llevamos en sedación, con sondas para respirar, alimentarnos y evacuar. Juntos, desnudos, en posición fetal, suspendidos en gelatina viscosa hidratante, dentro de un arca hermética de aluminio. Ocultos en el fondo de una ignota mina, a salvo de la cruda limpieza que el invasor impuso en el exterior. Perdimos todas las batallas, la antigua humanidad sucumbió. Encarnamos el germen de la nueva, pero deberemos permanecer aquí durante décadas. Intentaré volver a dormir unos años más, y procuraré mantener mi ojo siempre cerrado.
24. CONVIVENCIA VECINAL
En el quinto, el presidente de la comunidad y su señora reciben con una sonrisa pícara el ñiqui ñiqui que llega de arriba. Algunas noches se solidarizan y deciden emularlos juntos; pero últimamente el señor presidente siente que la frecuencia, intensidad y duración de los episodios cuestionan su, hasta ahora, buen hacer conyugal.
En el sexto, cuando la cabeza no le da tregua, ella se evade de día con la limpieza de la casa y de noche acuna el recuerdo de su bebé hasta que el sonido acompasado de la mecedora contra el suelo consigue dormirla.
Inexplicablemente hoy el presidente les ha entregado una carta de expulsión en un sobre cerrado.
25.
En cuanto tuvo ocasión corrió a casa de su abuela. Le iba a ayudar con la limpieza de los mejillones y los calamares que había comprado. No quería que ella anduviese tanto tiempo con el agua fría. Era su gesto solidario y cariñoso hacia ella, para evitar el agravamiento de la artrosis que la tenía tan dolorida. El frío le iba fatal. Pasaron la tarde juntos en la cocina. El, en el fregadero. Ella contándole, nuevamente, las mismas anécdotas de juventud mientras, despacito, con sus dedos agarrotados, tejía para él un jersey de cuello cerrado.
26. NUNCA SE SABE
En mi antiguo barrio se abrió un centro solidario para indigentes. Los vecinos nos quejamos de la falta de limpieza de sus usuarios. A sus puertas se formaban largas colas de gente envuelta en abrigos raídos y con olor a meado y a vino rancio. Hacíamos caceroladas y enviábamos escritos al periódico y al ayuntamiento para que se lo llevaran de nuestro distinguido distrito. Con esta lluvia y el frío me he acordado de él y hacía allí me dirijo. Esta noche dormiré al raso entre cartones porque en su lugar me he encontrado un local abandonado con el cartel de cerrado.
27. SERVICIO A DOMICILIO
En cuanto vio mis pechos desnudos se excitó. Un hilillo de baba recorría su barbilla. Lo atraje hacia mí con delicadeza. Sabía que era su primera vez y quería hacerle disfrutar. Su madre no cruzó ni el umbral de la puerta. Los dos solos. Él y yo juntos en el dormitorio. Necesitábamos intimidad. Después, ella misma me pagó —lo mío no es un acto solidario—. “¿Cuándo podrás volver? —preguntó—. Me gustaría que él fuera tu único cliente”. Y me hizo una suculenta oferta. Por ese dinero, pensé, el bote de leche en polvo para su bebé estará mucho tiempo cerrado.
28. LA HORA DE VISITA
En la salita, Julia está en su mecedora preocupada, María no ha abierto el balcón, y a ella le gusta ver a su marido cuando llega. Tampoco le ha dejado el álbum de fotos, aunque con la reorganización que hicieron para poner esa horrible urna que trajeron ayer, no sabrá dónde está. Hoy le gustaría verlo con él. Esa en la que sonríen juntos, apenas veinte primaveras, en su primera casa en Zaragoza, o la otra, preciosa, en la que ya son tres, la del Sardinero. La de las bodas de oro. Entonces vuelve a mirar al maldito balcón cerrado.
29. ORDEN MUNDIAL
En casa llevo cinco meses y todo va a peor. Nos engañan en la televisión, que no salgamos, que seamos solidarios y que venceremos al virus.
Creo que hay un nuevo Orden Mundial, que ha decretado una limpieza, no étnica, que afecta a ancianos y a enfermos que son incinerados sin la asistencia de los familiares.
Los pacientes acuden a los hospitales y salen hacinados en autobuses con rumbo desconocido.
Cada noche, a las veinte horas, salimos a la ventana a aplaudir y ya no sabemos a quién, muchas permanecen cerradas y la luz apagada. Quedamos pocos.
Hoy mi mujer me ha entregado un sobre con el membrete OM y cerrado.
30. NOCHES DE ABRIL
En el primero, una mujer se afana en la limpieza de la alfombra. Los niños del segundo se pelean sin hacer caso a los dibujos de la tele. La persiana del tercero ya está bajada. Mientras me deleito viendo a los del cuarto comiéndose a besos, mi madre entra a recordarme que hay que ser solidario, que ya llevo mucho con el telescopio, y que le toca al abuelo. Iba a protestar, pero al verle tan emocionado esperando en la puerta, desisto. Como desde el confinamiento no puede ir al cementerio a hablar con la abuela, se entretiene buscándola entre las estrellas. Qué lástima que hoy el cielo siga tan cerrado.
31. Los dioses no descansan
En casa la limpieza es religión. Su dios, la lejía. Su principal mandamiento, limpiarás sobre todas las cosas. Su máximo representante en la tierra, mi madre. Los obligados feligreses no tenemos más remedio que soportar el irritante olor de nuestro dios, y venerarlo para evitar los castigos nada divinos de su representante terrenal. Pisar lo fregado es pecado mortal. El sacramento de la confesión (el que ensució el lavabo fui yo) no exime de duros castigos. Pero el peor sacrilegio es, hoy lo hemos descubierto, pisar las baldosas mojadas del balcón y entrar en la sala sin quitarse los zapatos.
Lluvia y aplausos, mala combinación. Como madre obsesiva e instituto cerrado.
32. A la tercera va la vencida
En el baño de casa pasan cosas raras. El primero en quedarse encerrado fue el abuelo. Salió sin una pierna y una oreja. Como es sordo y cojo, tampoco importaba.
Luego fue la chica que limpia, que salió sin la mitad izquierda del cuerpo. Mi madre se disculpó despachándola con media paga.
Entonces fue el turno de mi padre. Los empujones y patadas en el picaporte no bastaron. Hubo que llamar al cerrajero, pero ya era tarde. Cuando consiguió abrir, no quedaba nada de papá allí. Mamá le pagó enjugándose dos lágrimas. No sé si por papá o por los cien euros.
Ahora tenemos prohibido hacer pis con el baño cerrado.
33. EL CONSULTORIO DE HERACLIO FOURNIER
En momentos de zozobra, se pasan mejor las tardes haciendo solidarios. Se voltean los naipes hasta que aparezca alguno de los cuatro que representan a una figura barbada con corona. Se trata de cuatro machos. Uno limpia los dorados, la plata, los candelabros, los pomos de las puertas, la mirilla. Otro, cristalerías, vasos, copas y jarras. El tercero pule cuchillos, cuberterías y utensilios. El último se ocupa de las maderas, abrillanta suelos, estantes, puertas.
El resto de cartas se van colocando juntas debajo, pero por mucho que los barbados aseguren que en realidad son unos ases, hasta que no esté todo perfectamente bruñido no ha de darse el solidario por cerrado.
34. INTERMITENTE
En treinta años de amor, ni una crisis. La quiere hasta más que al principio. Todavía recuerda la canción de Nacha Pop, las copas del garito y esa mirada abrasadora. Justo la noche de su despedida de soltero. Ella acababa de prometerse —se lo contó mientras bailaban juntos—. Entonces le besó. Fue tan rápido. Después vinieron los hijos. Aunque todo siguió igual: la casa perdida en la montaña y el deseo. Hoy le ha enseñado la foto de David, su primer nieto. “Igual que tú”, ha dicho mientras la abrazaba. “No, se parece a mi marido”. Y le han vuelto las náuseas, como si tuviera el estómago cerrado.
35. RECURSOS DIVINOS
En el pueblo han empezado las plagas del apocalipsis, pero siendo solidarios nos la apañamos. Cuando el agua se convirtió en sangre hicimos morcillas. Cuando cayeron ranas nos inflamos a comer ancas,que están deliciosas. Con las langostas todos juntos las recogimos y se las echamos a las gallinas. Moscas, mosquitos y piojos no nos preocupan en la ciénaga insalubre en la que vivimos. Esperábamos el granizo para hacernos unos mojitos pero en su lugar llovieron cartas con destinatario y remitente que repartimos. Descubrimos demasiado tarde que contenían habladurías. Los ajustes de cuentas nos están diezmando. Al llegar al convento me han entregado, con el señor cura como remitente, un sobre cerrado.
36. PARA ELENA
En las paredes de la casa han estado rebotando durante meses los ecos de las discusiones que tuvimos. Ahora, en cambio, han empezado a preguntarme por ti, quieren saber por qué ya no estamos juntos; y yo no sé qué decirles. Quizás la respuesta esté en el sobre que la policía encontró junto a tu cuerpo, cuando decidiste abandonarme, ese que a día de hoy sigo mirando con miedo y guardo en mi mesilla perfectamente cerrado.
37. Asesino habitual
En el cajón del inspector Gómez hay fotos que nada tienen que envidiar en truculencia a las del tablón de la pared. Espera cada tarde a que todos se hayan ido a casa para sacarlas. Las observa una por una colocadas sobre la mesa, lanzándoles bocanadas de humo. Entre cadáveres sin heridas aparentes, aparecen otros abiertos en canal, imágenes de miembros necrosados, gargantas agujereadas. Hace tiempo que aquel asunto le impide dormir, temeroso de ser una futura víctima. Pero nunca hace nada, por más que tenga todos los cabos juntos y bien atados. Únicamente piensa, mientras fuma, para concluir siempre en lo mismo: solo alejándose del caso podrá darlo por cerrado.
38. ¿Dónde ha ido papá?
En la pared del salón de su casa ya no está colgada la foto de su boda, es lógico, ya han pasado doce años. A través de la ventana puede ver a su mujer, tan hermosa como siempre, y a su hijo, que ahora tiene ya catorce años. Junto a ellos, un hombre desconocido para él.
Arrastrando los pies, se aleja empujando un carrito, el contenido y continente de su vida. Y maldice el día que se fue a comprar tabaco tras la nicotina del deseo. Cuánto daría ahora porque en aquella fatídica fecha hubiera estado el estanco cerrado.
39. EL CAMBIO
En misa hay más gente los domingos. Es indudable. El cine ha reabierto sus puertas, el bar de Pepe también. Muchos matrimonios que se habían distanciado están juntos de nuevo. A algunas mujeres se las oye gemir a horas que antes dedicaban a la limpieza. Ha crecido la natalidad. Las vecinas intercambian sonrisas cómplices y solidarias. Los niños juegan al fútbol por fin con sus papás. Los jubilados llegan por primera vez a fin de mes.
Ninguno se atreve a confesarlo, pero los hombres de tres generaciones miran con cierta nostalgia la casa de citas del pueblo que luce ahora el cartel de “Cerrado”.
40. Catarsis
En aquella primavera sin abrazos, en la que aprendimos a acariciarnos con las palabras, nació un nuevo lenguaje. Ya nadie hablaba de sueños perdidos, sino de nuevas oportunidades; ni de odiarse eternamente, sino de amarse otra vez. En aquella primavera los besos se volvieron extremadamente caros y el tacto, hambriento de semejantes y cohibido por el látex, se marchitó. Cuando nos abrieron todas las puertas, en un verano tardío, las cosas habían cambiado de nombre y de valor, los sentidos percibían de un modo distinto y vislumbrábamos un futuro juntos, solidario, en el que no cabía ningún lugar cerrado.
41. EL CASTILLO
En verano, la nieve caía blanda. El personal de limpieza amanecía drogado los domingos y todos juntos se bañaban desnudos en el río cuando no estaba helado. Salían con los cuerpos amoratados pero completamente depejados. Tan solo dos de ellos escapaban del remojón. Se dedicaban a encender la chimenea y empalar los alces que devorarían para el almuerzo. Bajaban a la bodega donde almacenaban el vodka fabricado el último año. Los días festivos eran así en el castillo de Novosibirsk cuando el conde estaba con el Zar en Stalingrado. Muchos de ellos morían en estas fiestas y entonces eran pasto de sus compañeros en las noches sin luna cuando estaba cerrado.
42. COLOMBOFILIA
En asuntos de higiene y limpieza, no había en el pueblo nadie tan pulcro como Maria.
Sin embargo, todos la llamaban «la guarra».
Y aunque, por vergüenza, ya no salía de casa, le gustaría gritar a las gentes que ella nunca pecó.
Pero, para su desgracia, el cerebro de los habitantes de Nazaret estaba totalmente cerrado.
43. COLOMBOFILIA 2
En asuntos de higiene y limpieza, no había en el pueblo nadie tan pulcro como María.
Sin embargo, todos la llamaban «la guarra».
Y aunque, por vergüenza, ya no salía de casa, le gustaría gritar a las gentes que ella nunca pecó.
Pero, para su desgracia, el cerebro de los habitantes de Nazaret estaba totalmente cerrado.
45. El sueño de ser Independiente!!!
El sueño de ser Independiente
Hay un momento de la vida en que todos queremos independizarnos y empezar una nueva vida en nuestra propia casa. Las personas con discapacidad no somos una excepción, nosotros también deseamos construir nuestro propio nido. Pero encontramos muchas dificultades a la hora de cumplir este sueño. Por eso, gracias a dios, existen fundaciones que lo hacen posible, y con ayuda de un supervisor nosotros podemos llevar una vida como la del resto de personas sin discapacidad. Me acabo de independizar hace poco, se ha cumplido uno de mis miles de sueños. Ahora viene lo mejor y lo que no es tan mejor, ahora soy la dueña de mi vida, y tengo unas responsabilidades que acatar. Comparto piso con una amiga, entre las dos, realizamos la limpieza de la casa.y realizamos todos los meses un menú cerrado.
46. Con otra mirada
En las personas con discapacidad se ha visto a lo largo de los años, una gran evolución, pero también se ha visto una desmejora en estas personas por no practicar deporte y que mejor manera de transmitir la solidaridad a través del deporte. Los clubes deportivos de algunas fundaciones, como la fundación A LA PAR, junto con los polideportivos lo hacen posible. Tienen infinidad de deportes para practicar, con un horario de actividades en su página web cerrado.
47. El Maestro en azúcar
Por allá en el siglo XVII, llegó un hombre apacible, tanto en el trato como en la manera de vocalizar, contrario a la mayoría de los españoles que desembarcaron por estas tierras de cóndores, ranas doradas, anacondas y jaguares. Tal vez por su carácter afable, aprendió pronto, en los trapiches, el arte de trabajar el azúcar: de hilarla, de estirarla, de entorcharla en delgadísimos fragmentos que, volátiles, se escapaban a las montañas para después, enredados en viento, retozar en el Valle perfumándolo en un almíbar cerrado.
Por favor. Empieza En el siglo XVII.
48. EL BICHO RARO
En la azotea está el arsenal de bebidas tras los paneles solares. Cada noche trapicheamos con los edificios colindantes. En el cuarto de contadores tenemos camuflados los artículos prohibidos, que el ejército requisó a toda la población: libros, móviles y radios. Somos unos privilegiados. Todo se lo debemos a mi vecino, al que yo, antes del confinamiento, tildaba de raro y antisocial. Le veía como un bicho raro. En su casa poseía un millar de volúmenes. Solidario accedió a que fueran moneda de cambio para sobornar a los soldados que custodian nuestro edificio. Solidario cuando al sargento, que nos quiso fusilar, le disuadió para siempre. En su trastero pone, “Cerrado”.
49. VECINOS
En el descansillo de su escalera trataba cada día de coincidir con Don Marcelo. Carente de otra ilusión, sólo por él sentía ganas de vivir y encontraba motivo para ir a la peluquería o limpiar su casa. No perdía la esperanza de que alguna mañana, al volver del paseo, él le regalara una sonrisa y ella, agradecida, le invitara a pasar para compartir ese café que siempre le tenía preparado y que nunca se llegó a tomar. Ni siquiera supo que cuando hubo que donar la ropa de Don Marcelo, apareció en su abrigo una carta manuscrita llena de tiernas palabras que, presas de indecisión, quedaron marchitas en aquel sobre cerrado.
50. INTEMPERIE
En libertad. Siempre había querido sentirse así. Vivir en la calle, dormir en cualquier lugar que le proporcionara refugio, permanecer en un continuo presente sin más propósito que conseguir lo esencial para seguir siendo. Pero hoy, al despertar, todo parecía distinto. La ciudad, su territorio, se había replegado sobre sí misma y los lugares de tránsito estaban llenos de vacío y silencio. Los habitantes, confinados en sus casas, sólo eran rostros asomados con miedo, a ventanas y terrazas, juntos en un paisaje de viñetas inconexas. Y por primera vez se sintió prisionero en su intemperie y comprendió que el aire libre se había convertido ahora en un espacio triste y cerrado.
51. CRUCE DE MIRADAS
En el momento en el que el tren comenzó a moverse, supieron que no había vuelta atrás.
Sentada en un vagón de tercera, con una maleta de cuadros entre las piernas, ella deja correr una lágrima porque Mario no la detuvo.
Agotado por la infructuosa carrera, él grita su nombre al viento entre el ensordecedor traqueteo del tren: ¡¡¡Sofiaaa!!!
Ella mira por la ventanilla. Ve a un hombre en la estación. Él no es Mario. Ella no es Sofía.
Desde lejos, la niebla solo deja ver las oxidadas vías por la que hace mucho que pasó el último tren y un andén polvoriento y cerrado.