43. UN ESPEJO ROTO.
Había paz en su alma. Sentada en un banco en el alto del cerro de la ermita contemplaba su pueblo. Era como el dibujo de un niño: Una iglesia monumental con campanario, un río que lo besa con un puente eterno que lo cruza, una calle mayor que lo atraviesa, tres plazas, un ayuntamiento y cuatro caserones señoriales.
-Respira hondo María -se decía -.Y recordaba las primaveras espectaculares, los tórridos veranos, los fríos otoños y los tempestuosos inviernos. Cerrando los ojos plantaba cara al sol del atardecer que señoreaba el espacio, rojo como un carbón encendido.
Una brisa templada la descompuso con un escalofrío y disolvió su cuerpo en polvo vivo que dibujaba volutas entre los pinos y las amapolas. Quiso dirigir su destino entre el cantueso pero no pudo. Su voluntad estaba atada y sintió que se revelaba.
Entonces despertó. Estaba recostada de lado sobre un colchón maloliente con los restos de un vómito que le produjo una arcada. Se sentía como una marioneta rota. Le dolía la cabeza. Fue consciente de encontrarse entre cartones bajo un cielo de cemento gris. Gateando hizo un esfuerzo por huir, pero sólo hasta encontrar un poco más de mierda que meterse.
Tras leer el último párrafo vemos el sentido de algunas frases y palabras anteriores. Casi le hubiera sido mejor quedarse en ese bucólico, aunque inclemente, pueblo antes de acabar así. Saludos y suerte.
Ensueños de un pasado, una vida que quiso cambiar engullido por el éxodo a las ciudades, pero que el destino le tenía preparado un infierno. Desgarrador relato. Muy bueno, Manuel. Abrazos.
Peiró, un giro tremendo en esa vida en principio apacible, bien contado. Suerte y saludos