77. Un faro en el desierto (Antonio Araújo)
Amanece en espasmos rojizos. Tras la pared de hielo se extiende la cobriza soledad de los Valles Marineris. Linda Bergovich duerme. Una tenue luz de nieve artificial se proyecta sobre sus mejillas.
Mientras la contempla, en la retina híbrida de James Newman se activa un warning: desajuste en córtex cerebral, riesgo de colapso, flujo de información supera umbral de canales periféricos. Se incorpora. Sale al exterior. Desnudo.
Linda despierta. Roza la nieve al otro lado de la cama. Mira afuera, más allá del hielo. Se levanta, prepara café, calienta sus manos en la taza, lo saborea despacio, como el sexo reciente. Sonríe. Consulta el pronóstico del tiempo. Se acerca el fin de la temporada fría.
Una sucesión de sobrecargas inducidas desorienta los sensores de James. El roce salvaje de un viento de azufre. El tacto de sus dedos en Linda. El tacto de los dedos de Linda, magnetizando los polímeros de su piel. Recupera celdas de memoria, palabras perdidas. Placer, adicción, desorden. Vulnerable. Como el pecio de un beso mate púrpura en los labios. Como un ser caminando sobre Marte. Como un faro de hielo en el desierto. Como la furia cósmica del vacío, cuando no puede matar.
Hola, Antonio. Nos dejas un relato con múltiples ramificaciones bajo ese tapiz de «ciencia ficción» revestido de poesía, y repleto de imágenes sugerentes y potentes, en las que una vez creo ver una cosa y en la siguiente lo contrario: esperanza, desesperanza, encuentro, pérdida, control, libertad… Un texto para leer y disfrutarlo varias veces. Enhorabuena. Un abrazo y suerte.
Muchas gracias, Jesús, por tu amable y estupendo comentario. Como muy bien explicas, hay un poco de todo eso, emociones y sensaciones contrapuestas.
Un abrazo.