54. UN HECHO EXTRAORDINARIO
Todo ocurrió en cuestión de segundos. Yo caminaba inmersa en mis pensamientos. Él apareció de la nada y me abrazó tirándome al suelo. Un trozo de hormigón desprendido del alero impactó en el suelo, justo a nuestro lado, rompiéndose en mil pedazos.
Me miró con sus ojos verde agua, su boca a unos centímetros de mi boca, —confieso con cierta vergüenza que pensé en besarle—. Me preguntó si estaba bien. Apenas le contesté despareció entre la gente que se arremolinaba alrededor. A nadie le extrañó que yo rompiera a llorar. Los nervios, ya se sabe.
Mi espíritu romántico, forjado en mil noches sin dormir leyendo novelas rosa, lloraba por ese final de película que no había podido ser, sin darse cuenta de que lo realmente extraordinario era haber tenido a un ángel de la guarda a dos palmos de mi cara.


Yo, que también soy romanticona, le habría agarrado por el cogote y no lo habría soltado, ángel o no, que no están las cosas para desperdiciar una ocasión así.
Un beso, Nieves.
ja, ja. Sería un buen final. Muchas gracias por comentar.
Un abrazo
Los ángeles guardianes se supone que saben estar en el momento justo y el lugar preciso. Casulidad o no, tu protagonista lo sintió así. No vamos a ser nosotros quienes le quitemos au ilusión.
Un abrazo y suerte, Nieves
Si ella piensa que era un ángel, ¿Quiénes somos nosotros para decir lo contario? Quizás haya por el mundo más de los que pensamos.
Gracias por comentar, Ángel.
Un abrazo
Ay, Nieves, yo pienso como Ana María: con esos ojos verde agua tenía que haberlo agarrado bien fuerte y conseguir que la acompañara, al menos, al hospital.
Un abrazo y suerte.
Me habéis convencido. Ahora quiero escribir uno en el que se quede con el ángel. ja ja
Gracias por comentar.
Un abrazo