22. Un lugar anclado al corazón
Mamá siempre tenía al pueblo en la boca. Hablaba de él con un cariño incondicional, como si allí siempre hubiese sido feliz. Contaba cosas sencillas, intrascendentes diría yo, pero la ternura con la que lo hacía creaba expectación. Llegué a visualizar sus estrechas y empinadas calles, la iglesia de un blanco impoluto y los tilos de la plazuela a los que se encaramaba toda la chiquillería. Llegué a sentir el aroma de la leche recién ordeñada y de los chorizos y morcillas oreando en los balcones. Y a escuchar el canto de los gallos al clarear el día y el tintineo de las campanillas de los rebaños de cabras.
Cuando ella era adolescente mis abuelos vendieron la casa y las fincas y marcharon muy lejos, demasiado. Nunca volvieron.
Mamá decía orgullosa que quien tiene pueblo tiene un tesoro.
Ella ya no está. El vacío de su ausencia es inmenso. Y el tesoro, que también era mío, acallada su voz semeja un ensueño caprichoso.
Dolores, es fantástico lo bien que describes la vida en el pueblo. Yo también lo he visualizado y hasta he podido oler la leche y los embutidos y escuchar las campanillas. Después de leerlo, irme a vivir a algún cachito de esta España vaciada se me antoja muy tentador.
Un abrazo y suerte.
El lugar donde nos hemos criado y experimentado las primeras vivencias queda siempre en el corazón, como algo nuestro. Las descripciones son muy visuales, llenas de detalles, una fotografía detallada y sentida, de un tiempo y un lugar en el recuerdo y el imaginario, recubierto de la añoranza por lo perdido.
Un abrazo y suerte, Dolores
Gracias Rosalía y Ángel por vuestras palabras. El pueblo como la patria de nuestra infancia que tanta nos marca. Un abrazo
Una descripción brillante del pueblo y de la infancia, y un título muy acertado que lo dice todo. Un saludo y enhorabuena