70. Un manojo de cebollas
Vestida de negro y con una regadera agrietada venía todas las mañanas a mi garita, situada frente a los jardines del geriátrico, y me pedía permiso para poder regar las plantas. Yo siempre le decía que no podía hacerlo. Era política de la empresa el no dejar que los ancianos andasen pisoteando los parterres de los que yo era el encargado, entre otras cosas. El último día que la vi me contó que tenía un huerto en el pueblo, en el patio trasero de la casa en la que nació, y que le gustaría ir a verlo y, ya de paso, recoger un manojo de cebollas frescas. Le dije que eso era imposible ya que en la zona en la que estaba su casa, y en los terrenos de alrededor, había ahora una gran urbanización de chalés que se quedaron sin terminar cuando quebró la empresa constructora. Al día siguiente encontré la regadera en la puerta de mi garita. Semanas después, la mujer que siempre vestía de negro murió, y yo me compré un pequeño huerto en el que sembré cebollas.
Para que seguir viviendo si no te consienten la posibilidad de volver a acariciar, contemplándolos, tus recuerdos, siquiera una vez más. Y que gran, aunque ajado, presente el que te ha ofrendado. Era parte de su vida. Muy bueno, Vicente. Suerte y saludos.
Una anciana que fundamenta sus últimas ilusiones en el campo, en la tierra, en aquello que ha conocido y ama. A falta de lo de antaño, buenos son los jardines del geriátrico, o un huerto urbano, que al desaparecer, consumido por un desarrollo mal entendido, también lo hace ella. Al menos, su memoria tiene continuidad en alguien más joven, que animado por su ejemplo, continuará ese legado.
Llevaba tiempo sin leerte, Vicente. Me alegro de hacerlo.
Un abrazo y suerte
Jo, qué triste, pero qué tierno, me ha gustado. Suerte. Un saludo.
Me encantan los relatos tristes, y este se lleva la palma.
Mucha suerte, Vicente
Que triste debe ser hacerte viejo y no poder regar lo que la juventud te daba vida. Un relato tierno y con aroma a cebolla, esa que te provoca lágrimas, como las que se sienten al leer tu historia.
Al menos al final tu protagonista continuará con el mayor deseo de ella.
Un gusto leerte Vicente.
Un abrazo enorme.
Ay, qué bonito y triste relato. Me ha encantado.
Suerte