69. Una charca amorosa
Ya se presentaba el atardecer en el pequeño estanque del palacio y el sapo, inquieto, no dejaba de moverse y de dar saltos sin control. ¿Por qué no llegaba su amada? Había sufrido mucho los primeros años; no encajaba en ese mundo, pero ahora había encontrado a su alma gemela. Por fin apareció el ser objeto de sus anhelos, una rana vestida de tonos verdes, marrones y algún amarillo sutil, cuya profunda mirada lo volvía loco. Tenía planeado esa noche en su nenúfar favorito, donde se conocieron, croar con ella hasta el amanecer declarándole así su amor incondicional. Pareciera que ella lo había intuido, ya que se había engalanado como nunca.
De pronto y mientras ambos se cortejaban con sus prominentes ojos, apareció una sombra gigantesca que hizo dar un fuerte respingo a la rana saltando a esconderse detrás de los juncos.
— Príncipe querido, voy a besarte para romper el hechizo y que podamos casarnos.
A toda velocidad, el sapo se apartó de la trayectoria de aquellos enormes labios que se cernían sobre él, «¡ni muerto cambio yo tu chillona presencia por el dulce cantar de esta ranita!».
El amor ha cercado a este sapo que no quiere que la fantasía de unos impertinentes le cambie la vida. Simpáticorumbo el rumbo de tu relato y esos amantes, que croen juntos. Suerte Esther.