Una sombra tendida
Un día de agosto, al regresar del río, mi hermano se escondió en su sombra. La mañana se desperezaba con desidia. Los caracoles trepaban por las columnas de hormigón de la acequia alta. El tren de las diez pasó a y diez. La ventana del patio fue abriendo lentamente su caudal de luz. Tras el desayuno, bajamos al río, a la playa escondida, y regresamos todos con la piel húmeda y brillante, menos Gabi, que tenía la piel oscura, como si siguiera al cobijo de los árboles frondosos del río. Tras comer con desgana esperando el momento del helado en el postre, jugaríamos con el balón en el pequeño jardín que hay detrás de la casa; madre nos regañaría por ensuciar la ropa tendida con un mal puntapié; los chicos estarían en la plaza esperándonos para ir a la higuera del tío Jacinto y después, con suerte saciados, saldríamos corriendo. Pero Gabi se escondió en su sombra, y jugamos con ella al escondite. La buscamos durante largo rato y la encontramos al fin, tendida en la hojarasca de los árboles. La pusimos a secar en una cuerda del jardín, para que no la diluyera el agua.
Antonio, fenomenal forma de contar esta historia y mejor final. Suerte y saludos
Muchas gracias por tus siempre amables palabras, Calamanda.
Un abrazo.