89. Urbanidad
El maitre nos dio las habituales instrucciones antes de cada servicio, mientras los clientes ocupaban sus asientos. Debí sospechar al ver las pamelas imposibles de las señoras, al mas puro estilo Ascot. Caballos no había, pero en los jardines descubrí un pony con un lazo rosa en las crines y las pezuñas pintadas del mismo color, que miraba con ojos resignados a la turba ruidosa. Con los langostinos los invitados se entregaron con vehemencia a la succión. En la mesa cinco no dejaban de repetir. Una señora horrible con el maquillaje corrido como la paleta de un pintor, descargaba bandejas enteras en un bolso XL. Después del solomillo tuvimos una clase magistral de higiene dental con mondadientes. Una vez utilizado, el instrumental se abandonaba en infames montoncitos sobre la mesa.
-Tchist – me llamó el padre de la novia metiendo un billete de 1000 pesetas pesetas en el bolsillo de mi camisa. Rondel Oro para todos chaval, que se casa la niña.
Una semana después vi la noticia. Brote de salmonella en una boda, todos los invitados afectados. Entonces pensé que esa bacteria era enviada por la Divina Providencia. Los caminos del Señor son intrincados.
Tanta felicidad, rayana en la cursilería, tenía que ser compensada por otro lado. El observado camarero que narra la historia nos lo hace comprender a la perfección.
Un abrazo y suerte, Lucas
Ángel, si quieres conocer a alguien fíjate en como trata a los animales y a los camareros. Hace poco estuve en una boda (no tan grotesca como esta) y pude comprobarlo en persona. Abrazaco
Ay, Lucas, vaya fauna ha tenido que soportar ese camarero. Un poco de gustirrinín sí que da saber que el karma ha hecho su trabajo.
Ah, y totalmente en lo que le has dicho a Ángel: hay gente que no merece que ningún camarero se acerque a su mesa.
Un abrazo y suerte.
Rosalía, así mismo es. Muchas gracias por leerlo y por tu comentario. Abrazos desde Cantabria