83. Vanas maniobras de evasión
Se embadurna las manos de aceite y empieza masajeando sobre una hoja de arce tatuada en la breve cintura de la chica. «Qué bueno el sirope de arce —piensa enseguida—, descubierto según la leyenda por un indígena que observó beberlo a una ardilla. Y qué hermoso país Canadá, con su espectacular naturaleza, su variopinta sociedad, sus dos lenguas oficiales. El chiste de “Torontontero” hace gracia la primera vez, pero luego uno teme mencionar la ciudad por si alguien lo cuenta. Y está aquella película canadiense, “Crazy”, que tanto me gustó». A la chica entonces se le cae el móvil y él lo recoge. Al alargar el brazo para recibirlo, ella muestra uno de sus pechos. «Había también —se apresura a seguir— un tema musical del mismo nombre, aunque era estadounidense, sí, el del videoclip del test de Rorschach; hipnótico, tan bonito como la canción». Y rememora aquellas manchas cambiantes y, muy a su pesar, pronto forman una hoja de arce y, a continuación, una boca sensual, dos pezones, un triángulo de vello púbico… Su excitación alcanza un grado embarazoso. Decide entablar una conversación, seria a ser posible, que le permita sustraerse. Pero solo de le ocurre decir: «¿Conoces Toronto?».
Los profesionales lo son porque saben hacer bien su trabajo, que incluye centrarse en el mismo, sin distracciones. El masajista de tu relato sabe eso mejor que nadie, como también que la naturaleza es tozuda y no se resigna a que la contradigan. Situado en medio de esa lucha, solo puede anteponer como dique de contención para no caer en el abismo incierto razones culturales y sociales, pequeños trucos que le hagan pensar en otra cosa, en lugar de dejarse llevar, que sería lo más sencillo.
Solo queda desearle suerte en su propósito, que esa evasión que busca triunfe o que, si finalmente cae en la tentación, que solo sea porque la otra parte también es receptiva y se encuentra en la misma onda.
Mediante giros evasivos cuentas de forma indirecta esta historia de resistencia, sin omitir el reto y hasta el sufrimiento al que este hombre está sometido, en lucha entre su oficio, el respeto debido, la distancia vital y el instinto. Lo mejor de todo, en un conjunto literario en el que todo es bueno, es la elegancia en el contar, que aunque no extrañe a quien conoce tus letras, siempre se disfruta.
Un abrazo y suerte, Enrique
Hola, Ángel. Cada vez aprecio más tu desinteresada atención hacia cada relato, con unos comentarios que me producen admiración por completos, agudos y certeros. Este último es precisamente un ejemplo de lo que digo, como también lo es de tu invariable y grande amabilidad. Muchas gracias por todo, amigo. Si yo tuviera que explicar el relato no lo haría ni la mitad de bien ni profundizaría tanto en él como tú. Un fuerte abrazo (últimamente estoy un poco ausente de las redes, pero quiero buscar un momento para leer al menos lo publicado en la página. Hasta pronto).