112. Vejez
El desierto se antoja infinito cuando no tienes dónde ir. Es una manta dorada que no consigue abrigarme el alma, pero quema la planta de mis pies. Camino para que el agujero de la soledad no me arrastre a su interior, pero la duna es demasiado alta; una lengua amarilla que lame mis recuerdos y los borra sin piedad. Es agotador subir por la nada de mi memoria en dirección al sol. Esa esfera de luz que se inflama al rozarme, y ablanda mis pensamientos como una masa informe de miel. Mil abejas zumban sin cesar, preparadas para devorarlos.
Continúo el ascenso amarrada a mis últimos vestigios: los campos de trigo de mi niñez, el viejo gato romano que ronroneaba en mi regazo para arrastrar la pena, estas dos alianzas que hablan de amor y certezas. Solo entonces se suaviza el talud y el suelo se transforma en una playa eterna, huérfana de mar. Es solo un respiro antes de que el corazón me deje sobre la cima de esta montaña.
¿Para qué? El destino le dará la vuelta al reloj de arena de mi tiempo, y cada minúsculo grano volverá a caer sobre mí para terminar enterrándome de nuevo.
Para quien ha vivido con intensidad llegar al final y ser consciente de ello ha de ser muy duro, salvo, quizá, si se ha hecho acopio de sabiduría para sobrellevar lo inevitable. De una forma o de otra resulta difícil de aceptar, ser consciente de la pérdida de funciones en lo que fue un organismo sano que, por puro desgaste biológico, se sumerge en un deterioro progresivo. Tu protagonista sabe lo que le sucede, aún guarda recuerdos sobre cómo fue su existencia y tiene la lucidez suficiente para conocer de sobra que su final está próximo y que, tras él, llegará el inexorable olvido. Solo entonces, tal vez, le sobrevenga la serenidad.
Un relato profundo y bien escrito, con un lenguaje muy cuidado, lleno de hermosas metáforas, un recordatorio de lo efímero de nuestros días, algo en lo que nunca queremos detenernos demasiado ni aceptar, para lo que deberíamos estar preparados, pero nunca lo estamos del todo, en esa búsqueda inquieta de no se sabe qué, en ese intento de superación de afanes continuos que llamamos día a día.
Un abrazo y suerte, María
Gracias por tu comentario, Ángel. Por haber expresado con tanto detenimiento y detalle los pensamientos que pasaban por mi cabeza mientras escribía esta historia. El tiempo es valioso, y aprecio mucho que hayas empleado el tuyo en desgranar mi relato así. Un abrazo.