110. Venganza en Constantinopla
Mientras me grita el moro de mi jefe, intento tomar notas. Me viene a la cabeza cuando Pedro, el Ermitaño, y Walter, el Indigente, convencieron a una multitud de gente humilde para participar en la cruzada iniciada por el Papa. “No te pago por pensar”. Llenos de fe pero sin armas llegaron a Constantinopla donde el rey Alejo había solicitado otro tipo de ayuda contra los seleúcidas. “Qué desastre de informes ”. Su sola presencia se había convertido en una carga para la ciudad, así que los condujo al frente. “El jefe tiene siempre razón y punto”. Fueron lanceados y aniquilados, pero algunos se salvaron porque se convirtieron al Islam. “Sí, jefe, lo que usted diga”.
Bolígrafo en mano, intento reprimir el latido acelerado del pulso mientras tomo notas, mientras aguanto el aliento en la nuca y los gritos con lanzas de saliva entrecruzadas. Es ceder demasiado a la imaginación sentir cómo se humedece la piel, cómo el tiempo se convierte en una coordenada inútil, cómo la tinta resbala mezclada con el sudor y la sangre, cómo los informes se tiñen de un color rosado, clavada la punta una y otra vez sobre su cara descreída, como un minarete en el crepúsculo de Constantinopla. O quizá no.
Cuando cerró la puerta, reescribí, de nuevo, los informes.
Quienes tienen (o tenemos) la imaginación a flor y piel y buscan, rememoran y/o imaginan historias con frecuencia, necesitan tiempo y espacio para expandir y alimentar sus figuraciones. Los fríos informes, los horarios, estrictos, el trabajo monótono, obligatorio, cansino y aburrido, rematado por el marcaje feroz de un jefe malhumorado, coartan esa libertad que es reclamada como el aire que se respira, no es menos necesaria. Poco puede hacer tu protagonista, salvo plegarse a la realidad, como mucho, fantasear con terminar con el enemigo que coarta las alas. Ahí termina todo, aunque escenas parecidas se repetirán en otro momento, la naturaleza no puede reprimirse durante demasiado tiempo, la inquietud necesita algún tipo de salida.
Una historia muy original y bien contada, un homenaje a la creatividad.
Un abrazo y suerte, Antonio
La imaginación es una vía de escape, y los impulsos primitivos se diluyen por ella para salvarnos y alienarnos también. Agradecidísimo por el excelente comentario de un magnífico lector. Un fuerte abrazo.
Antonio, dejas muy bien descritas esas sensaciones y el punto de vista de alguien a quien encorsetan. Suerte y saludos
Gracias, Calamanda, por tu comentario. Por desgracia, nuestra libertad es bastante limitada y es complicado buscar agujeros por los que alcanzarla, a veces, hasta imposible. Gracias por tu comentario y un abrazo.