79. Ver con los ojos, mirar con el corazón
La niña jugaba en la alfombra con una legión de diminutas muñecas. Los abuelos sentados en el sofá, leyendo ella, resolviendo un crucigrama él, observaban con disimulo a la pequeña que era la luz de sus vidas. De improviso, la chiquilla giró la cabeza buscando los ojos del abuelo para dirigirlos a la zona alta del mueble, donde se guardaban los dulces. Como sin querer, el hombre se levantó para acercarse al armario y coger una tableta de chocolate. Con disimulo partió una onza y se la acercó a su nieta. La mujer obsequió a su marido con un prolongado alzamiento de párpados detrás de sus gafas; a la hija no le gustaba que le dieran golosinas entre semana.
Enseguida llegó la madre a recoger a su retoño que la recibió llena de alegría y ojillos traviesos. Una mancha oscura ribeteaba los labios de la pequeña y mientras los abuelos suspendían la respiración atentos a la reacción de su hija, la mujer miró a los tres y no pudo sino acercarse y abrazarles con una gran sonrisa.
Los abuelos tienen como función romper un poco, con los nietos, las normas de los padres (sus hijos). Es algo que todo el mundo conoce aunque no se verbalice y que esta joven madre, comprensiva, felizmente, acepta con una sonrisa.
Un saludo y suerte, Esther
Preciosa relación y precioso relato.
Nos leemos
Esther, qué historia más tierna. ES cierto lo que dicen: los padres están para educar y los abuelos para malcriar. Y todos, para querer mucho a los retoños.
Un abrazo y suerte.