63. VERGÜENZA AJENA
—Esto no es lo que habíamos quedado, ¿te estás burlando de mí? —Golpeó la mesa con el puño. Al otro lado de la mesa, la esposa sonrió, salvó las copas a punto de derramarse y se volvió para mirar disimuladamente a una pareja del fondo.
—Pues no sé por qué no te gusta, es preciosa. Mira, si lo prefieres, yo me quedo con la chica y para ti el calvo.
—Íbamos a tomar la decisión de mutuo acuerdo, pero tú has empezado a lanzarle miraditas. Se han dado cuenta. No quiero seguir.
—No seas tonto, cariño, solo tanteaba el terreno. Estoy segura de que aceptarán.
—Conmigo no cuentes —Al levantarse la mesa crujió—. Me largo.
—Por favor —le rogó ella tirándole de la manga para que volviese a sentarse.
—He dicho que no —dijo levantando la voz. Todos los comensales lo escucharon.
—¿Qué coño miráis? —gritó alzando ambas manos.
—Haga el favor —Exigió un camarero y le colocó una mano en la espalda empujándolo levemente—. Está montando un escándalo y aquí…
—¡No me da la gana! —Se revolvió.
Gritos, mesas volcadas y la vajilla propia y ajena haciéndose añicos. La mujer, pidiendo disculpas, hizo mutis por el foro.
Hay asuntos que llaman a la discreción, a no salir del ámbito privado, como un posible intercambio de parejas. La ira de uno de los personajes quizá no esté tan basada en la contrariedad por un posible cambio, como en el recelo por el paso que iban a dar. A veces, un sentimiento viene alimentado por otro. Cuando la prudencia y la moderación se sustituyen por un escándalo, es lógica de la vergüenza.
Una amalgama de reacciones con forma de diálogos, en los que se puede sentir la tensión.
Un saludo y suerte, Alberto
Al final no era una disputa por quién se quedaba con el calvo. Si es que somos tan sexis… En fin. Las formas y la inseguridad impregnan la situación, disparan la tensión y desemboca en una airada pelea de bar. Buen diálogo que va subiendo de tono hasta un desenlace de olla exprés. Suerte y abrazos, Alberto.