69. Y le he perdonado
El confesionario me recordaba a la pequeña cabaña en la que me refugiaba cuando mis padres explosionaban.
Tras el “Ave María” y el “Sin pecado concebida” comencé a intentar expiar mis pecados.
Le conté lo mucho que odiaba a mi padre.
—Muchacha, eso es muy grave. Dios no lo acepta hacia cualquier persona y mucho menos a tu progenitor.
Le expliqué los porqués. Que era un borracho, maltratador y jugador, y que para esto último le robaba el dinero a mi madre, la cual se mataba a trabajar todo el día, cuidando la casa y ocupada en míseros trabajos para poder llevarnos algo a la boca.
—Hija, entiendo los motivos, pero debes tener sobre todo capacidad de perdón y poner de tu parte para que las cosas se arreglen. Si tu lo haces, la divina providencia hará el resto. Es cuestión de fe.
Volví a casa mascullando las palabras del sacerdote para encontrarles el sentido y poder ayudar a papá a dejar jugar.
Esa noche, cuando volvía tambaleante de su timba de póker, acabó rodando por la escalera con malas consecuencias.
Me miré el pie sin saber que proporción del movimiento había sido mía y cual por intervención divina.
Todo tiene una explicación, y está claro, a lo largo de la historia, que todo el mundo, sea del país que sea y profese la religión que profese, cree tener al Creador de su lado, todo sirve para justificar esta creencia, hasta pensar que los individuos son elbrazo ejecutor de la voluntad divina, el brazo o el pie, depende.
Ingenioso y con fino humor negro.
Un abrazo y suerte, Javier
Hola, Ángel. Sí, a la muchacha las palabras del sacerdote le han ayudado a pensar que tenía ayuda para esa acción. Creo que se ve ese final negro, pero …
Abrazotes y gracias