92. Yo creo
Todas las tardes pasaba embelesada frente al escaparate. Arrimaba tanto mi cara al cristal que casi me quedaba adherida a él. Tarros, frascos, albarelos de tantos colores y tamaños descansaban en las repisas. Deseaba contemplar cómo se subía el cierre. Entonces, aparecía la señora Vito. Su delantal inmaculado, una orquídea prendida a su pelo ensortijado que recordaba a un mar embravecido, y su inmensa sonrisa actuando de rompeolas, te daban la bienvenida.
Apenas llegaba al mostrador, pero con mis pies de puntillas, me alcé los centímetros suficientes para que la señora Vito, alcanzara a verme el flequillo y los ojos. Al tiempo que coloqué mi moneda sobre la madera del expositor, ella se giró con bendita candidez. Escrutó la variedad de matices que se le presentaba en los aparadores. Cogió un bote cualquiera. Solo ella, conocía lo que se albergaba dentro ¿Fe? ¿Confianza? ¿Magia? Creo.
Esperanzada salí con mi triaca, dispuesta a que mi hermana frente al espejo no buceara nunca más en su ilusoria mediocridad sino como en mis pupilas se reflejaba, como mi linda compañera de juegos. Que por fin desterrara ese leviatán interno que distorsionaba su belleza oriunda de niña porque me la estaba arrebatando.