66. Pérdidas
Julia se acomoda en su asiento. Frente a ella duerme una pareja madura. La cabeza de ella traquetea abandonada en el hombro de su compañero. Julia, con disimulo, los contempla. Tras tres matrimonios, ninguno duradero, sabe que no está hecha para compartir una vida; sí momentos, intensos tal vez, pero pasajeros. Se conoce y se acepta, pero a veces siente envidia de quienes son capaces de recorrer juntos su camino. Abre un libro. Se concentra en la lectura hasta que una sacudida del vagón la hace levantar la vista. Sus vecinos también la han advertido: ella se agita en sueños y él, sin despertarse, con la precisión que da la costumbre, le pasa el brazo detrás de los hombros y la estrecha contra sí. A través de la ventanilla la luz vespertina baña de placidez sus rostros.
El tren comienza a desacelerar. La mujer abre los ojos. Su expresión se tiñe de sorpresa e, inmediatamente, de azoro.
−Disculpe, por favor… es que…
−Nada que disculpar, señora −responde él, sobresaltado−. Espere, le bajo la maleta.
Julia la ve salir, sonrojada, nerviosa, recién expulsada del paraíso. Después mira al hombre un instante, lo justo para ver cómo lo estremece una desolación infinita.
Que relato tan precioso, es el primero que leo de esta convocatoria (qué desastre) y me has hecho disfrutar de ese instante íntimo en el tren. Un final muy sorprendente, dan ganas de correr tras ellos y no dejar que se separen.
Me ha encantado Elisa. Un abrazo.
Triste realidad. Como dice Asunción, dan ganas de salir corriendo tras ellos. Me ha gustado mucho como lo has llevado Elisa, claro que viniendo de una maga de las letras…
Suerte.
Besicos muchos.
Elisa, qué bien la cuentas esta bonita y triste historia. Suerte y saludos
La realidad y sus muchas lecturas. Genial micro
No sabéis -bueno, sí, lo sabéis perfectamente- la ilusión que me ha hecho recibir vuestros comentarios. Os agradezco a las cuatro vuestra lectura y vuestras palabras. Un abrazo y… nos seguimos leyendo.
Diferente y tan bien contado.
Feliz otoño,Elisa.