48. Mentes rotas (Asunción Buendía)
Ha llegado a la consulta una joven realmente encantadora.
Mira con precaución el conjunto de la sala de espera. Nada nuevo. Desde que trabajo en la consulta del doctor Robles, he tenido ocasión de observar multitud de personas y de comportamientos, ocupo un puesto privilegiado. Puedo parecer una simple auxiliar que recibe a los pacientes. Pero la realidad es que dispongo de una atalaya inmejorable, un puesto de observadora silenciosa. En este preámbulo cada uno se comporta como lo que es, aún no están frente al especialista, aún no se saben estudiados. Aún no tienen que hablar. Hablar es para ellos como desnudarse, aunque yo doy fe de que todos lo hacen delante de mí, porque sin abrir sus bocas, su cuerpo lo dice todo.
La joven es dulce, a su manera guapa, inocente.
Excepto su mirada. Sus ojos carecen de vida, son un pozo oscuro, a pesar de su azul luminoso.
La interrogo mentalmente, pregunto directamente por la verdad, su verdad ¿Qué te ocurre preciosa?
Descompuesta, intento recuperarme de la sorpresa. La muchacha ha mudado el gesto por uno de compungida burla mientras con una crueldad infinita, sin pronunciar palabra, me ha respondido ¿A ti que te importa, puta?
A veces pensamos que nuestros pensamientos no trascienden si no abrimos la boca, pero el cerebro humano es complejo y los pensamientos pueden llegar sin necesidad de la palabra.
Un relato sobre la observación y la comunicación no verbal, con final inesperado.
Un abrazo, Asunción. Suerte
Muchas gracias Ángel, eres un gran comentarista, le sacas el jugo a todos los relatos. Es un privilegio para mí que me leas y me comentes.
Un abrazo grande
La cara es el espejo del alma y eso hace que, a veces, tengamos la sensación de que nuestros pensamientos pueden ser leídos. En eso se entretiene la recepcionista de tu relato, hasta que se encuentra con la horma de su zapato.
Es una propuesta muy original.
Suerte y abrazo,
Gracia Anna por tu lectura y comentario, que es muy acertado. Mi protagonista efectivamente se entretenía así, pero sin mala intención sino que se compadecía de los pacientes hasta que llegó aquella tan singular.
Un abrazo Anna
Hola, Asun.
Tu texto nos demuestra que, a veces, un silencio es la mejor manera de salir airosa de algunas situaciones. En ocasiones, es mejor callar que llevarte el berrinche por tan mala contestación.
Un abrazo gigantesco y suertísima.
Hola Towanda, siempre es mejor callar que hablar sin decir nada interesante. Lo digo yo que soy habladora, ya lo sabes ?