08. Virginia
La descubrí por casualidad. Estaba camuflada con la corteza de una pseudoacacia chupando las flores de pan y quesito. Movía los labios como si le contara al árbol un secreto. Desde entonces convertí el reto de buscarla en mi pasatiempo preferido. A veces la divisaba sumergida entre las margaritas, vestida de blanco y amarillo. Otras, completamente de negro, como prolongación de la sombra de un muro, o de azul y verde, fundiéndose con la orilla del lago. Su habilidad para pasar desapercibida me fascinaba. Nunca observé que tuviera compañía ni hablara con nadie.
El día que, de gris piedra, se difuminaba con un banco en el que estuve a punto de sentarme, decidí hablarle. De inmediato, su rostro se volvió grana como la sangre. Se levantó azorada y corrió hacia un arriate de rosas rojas desde el que me miró de reojo. Lamenté haber provocado aquella reacción, traté de acercarme para pedir disculpas y fue peor: huyó de mí dejando un surco cada vez más profundo en el suelo, hasta que la tierra, por fin, se la tragó.
Nunca volví a encontrarla. Pero a veces acaricio el tronco donde la vi por primera vez suplicándole que me desvele su nombre.
Una elegante sorpresa y una sutil vergüenza se dan en tu relato, además de originalidad y una forma de contar cercana a la poesía. Esa muchacha que se mimetiza con el entorno según su estado mental es singular, a la vez que inalcanzable, al tratarse de un ser mítico en un mundo real, de quien se enamora un mortal, desdichado desde que la conoce, porque sus mundos no pueden unirse, la magia y lo tangible discurren por diferentes caminos. Nosotros hemos tenido mejor fortuna que él, porque al menos conocemos su nombre.
Un abrazo y suerte, Eva
Siempre abres una nueva ventana de interpretación a lo que escribo. Gracias Ángel. Para mi es una vergüenza patológica que no deja de terminar siendo una fobia social en límite extremo. El nombre…tal vez es el que le haya puesto él en su cabeza 😉 Un abrazo grandote.
Qué poético tu relato Eva. Me gusta esa manera de irla presentando, para terminar otra vez en el árbol, donde esa musa de la que está enamorado, se desvanece. Da la sensación de tener la mano de espuma y el viento se la lleva.
Suerte.
Besicos muchos.
También me guaasta tu lectura, Nani. Que bonita la mano de espuma esa. Gracias y muchos besos guapa.
Una manera muy bella de describir una emoción. Quiero entender que puede esa personalización de la vergüenza puede ser uno mismo en sus distintas etapas de vida. De cualquier modo, el mimetismo es perfecto, tú lo has hecho sublime.
Enhorabuena Eva. Un abrazo y feliz noche.
Y tu interpretación no se queda atrás Mercedes. Me encanta. Muchas gracias por compartirla conmigo y por tu comentario. Un beso enorme.
Hola Eva, que belleza de relato. Me han emocionado mucho las imágenes tan visuales y poéticas que logras plasmar al poner en movimiento a ¿Virginia?. Te digo, es una de esas grandes micro historias que uno lee y relee por el puro placer de disfrutar de esa estética tan equilibrada, sin detenerse a indagar mucho en el trasfondo (que vaya que lo tiene).
¡Abrazo y mucha suerte!
Muchísimas gracias Mónica. Me encanta eso que dices, lo considero un piropo enorme, porque a mi me gusta mucho leer textos que me invitan a saborear las frases y las palabras por puro placer estético. Y si he logrado algo parecido me siento feliz. Y el trasfondo, pues ahí está, siempre está siempre intento que esté aunque a veces se mimetice como ¿Virginia? 🙂 ¡Un abrazo enorme!
¡Precioso, Eva!
Un besote grande, escritora.
Delicioso relato. Es suave y poético y nos has llevado por ese paisaje/jardín con gusto y armonía. Un texto precioso y una historia fantástica. Suerte y abrazos.