10 AÑOS ENTC: PALABRA DE HONOR
Esta es la convocatoria de celebración de 10 AÑOS ENTC.
En esta entrada del blog tenemos el vídeorrelato
PALABRA DE HONOR, de Mónica Sempere,
Ganador de la 2ª convocatoria ENTC en el año 2012.
Solo podrán participar los usuarios o participantes de ENTC a lo largo de sus 10 años.
La participación en el concurso será posible a través de este formulario desde el que se enviará el relato y el seudónimo correspondiente. La organización se encargará de publicarlo debidamente firmado con el seudónimo que nos indique en un plazo de 24 horas.
El relato será INÉDITO de un máximo de 150 palabras (sin contar el título) y tendrá que enviarse antes de las 23 horas (hora peninsular) del DOMINGO 23 DE ENERO DE 2022 cumpliendo estas dos condiciones:
CONDICIONES
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- 1 El relato responderá a una composición libre, pero deberá mostrar claramente algún vínculo en el tema, trama, personajes o ilustraciones que podéis ver en el vídeo superior… dicho de otro modo, se mostrará claramente inspirado en parte o todo este videorrelato.
- 2. En el título o dentro del texto del relato participante debe insertarse un fragmento literal de al menos 4 palabras extraído del relato del vídeo. No se permite variación de tiempo, género, número, ni orden… LITERAL. DE 4 PALABRAS MÍNIMO. Este fragmento, para que sea fácilmente identificado por el jurado… TENDRÁ QUE APARECER EN MAYÚSCULAS.
Consultadnos cualquier duda. Revisad bien el texto antes de enviarlo porque, una vez publicado no habrá posibilidad de corregir ni reeditar.
A finales de enero de 2022, el autor del presente videorrelato elegirá entre todos los presentados en esta publicación un relato que participará como FINALISTA para el concurso 10 AÑOS ENTC.
El fallo final del concurso se dará a conocer durante la celebración del 11 ENTCUENTRO celebrado en Arzúa en el próximo mes de marzo.
CORAZÓN LOCO, de Don Sístole
Me han tenido que repetir el electro porque salía alterado. Llevo ya tres en dos semanas. La enfermera, que viene los lunes, dice que es porque el aparato de hacerlos es también muy viejo y hay que cambiarlo. Lo de “también” creo que iba por mí. Yo sé que no es culpa del cacharro ese, pero no se lo he dicho. Que lo averigüe ella, que es tan joven.
A principios de mes llegó a mi planta una señora, que me ha puesto el corazón patas arriba. La vi por primera vez, tan espigada y serena como un cisne, esperando a que le dieran su medicación. Y, aunque yo siempre las tomaba amarillas, desde entonces, y hasta que dure lo que dure, nos guardamos la tanda EN LA COLA DE LAS PASTILLAS AZULES.
ESTRELLAS, de Mintaka
El celador que había aceptado del abuelo la estilográfica como pago para una última visita a LA CAPILLA DEL ASILO, quedó paralizado viendo cómo se formaba una especie de vía láctea en el techo. Millones de estrellas titilaban por todas partes. Tres de ellas, las que el abuelo había prendido del pelo de su amada, lo hacían de forma especial. Poco a poco, una especie de halo envolvió el féretro y, como si de un ave Fénix se tratara, extendió un brazo hacia el abuelo que también empezaba a emitir cierto fulgor. Ambos entes de luz dieron un paseo bajo las estrellas y se fueron caminando juntos hacia el cinturón de Orión. Al abuelo le encontraron muerto abrazado al ataúd. Un ataque al corazón, dijeron. Al celador le pillaron con la estilográfica de oro. Nada de lo que contaba resultaba creíble. Le acusaron del saqueo del cadáver.
ALMAS GEMELAS, de El Principito
Lleva horas sin salir de LA CAPILLA DEL ASILO, está de pie sosteniéndose sobre su garrote y frente al cuerpo sin vida de su alma gemela.
Eran inseparables desde que, hace poco más de un mes, se conocieron en la cola para recoger la medicación de noche. Les divertía ponerse guapos e imaginar que esperaban para entrar en un gran teatro.
Enseguida supieron que estaban hechos el uno para el otro y, como dos funámbulos manteniendo el equilibrio sobre una cuerda cada vez más floja, volvieron a sentirse vivos.
Solo faltó un paseo bajo las estrellas, piensa, mientras se saca del bolsillo las sesenta pastillas azules que no se habían tomado desde que estaban juntos.
SEGUNDA OPORTUNIDAD, de Ladybug
Al principio me recibía con un «si te sientes culpable no vengas, estoy aquí porque tú quieres».
Qué énfasis ponía en ese tú. Me sentía tan mal que era incapaz de sostener su mirada.
Lo hablé en casa. Teníamos que hacer un esfuerzo. Contrataría a dos personas; una para turnarme en la tienda y otra para echarnos una mano en casa.
Fui a visitarle para darle la buena noticia, pero no le encontré en su habitación. Inusualmente estaba en el jardín, sentado en un banco bajo un almendro, a su lado una mujer que me recordó a mamá…
—Yo también estoy aquí muy a gusto… en cambio, yo solo tengo una hija que aunque trabaja mucho viene a verme muy a menudo. Y también soy diabético, como tú, por eso nos dan las mismas pastillas azules….
Esa noche me los imaginé juntos, felices, dándose UN PASEO BAJO LAS ESTRELLAS.
EL GALLO DEL CORRAL, de Belfegor
Frente al espejo de su habitación, AJUSTÓ SU ETERNA PAJARITA y salió dando un portazo.
Le encantaba pasear por los salones de la residencia, un buen día por aquí, un piropo a alguna cuidadora, siempre tenía algo amable que decir.
Se sentía el más guapo y elegante y vigilante de que apareciera algún rival.
Se creía un pistolero del Far West, llevaba ya varias ranuras en su revólver.
Don Arturo, que cómo era diabético, fue muy fácil eliminarle con una sobredosis de insulina.
Su profesión de médico le ayudaba en estos menesteres. Cambio de medicación, aumento de dosis, vamos que se sentía como el gallo del corral.
Un día ingresó en la residencia, Don Críspulo, pelirrojo, la gente le llamaba el zorro.
Se enzarzaban en peleas diarias.
Una mañana amaneció don Arturo muerto en su cama, con la pajarita puesta y las plumas de la almohada volando por la habitación.
HURACÁN, de Lirio
Le prometí una vida emocionante y ella decidió acompañarme. Juntos construimos un velero con maderas barnizadas de ilusiones, mástiles tan altos como sueños, velas tejidas con telas del azar, un pañol sin bitácoras, mapas, derrotas ni destino y una cubierta sin timón para que nada nos impidiese bailar bajo las estrellas. Lo bautizamos rompiendo una botella de malos presagios sobre su línea de flotación y esperamos en el puerto mientras nuestros ojos se llenaban de mar.
Ella me preguntó cuándo íbamos a zarpar al ver cómo partían a diario otros barcos, sin importarles que fueran siempre las sombras del mismo viento las que hinchasen sus velas. Yo le dije que esperase, que soy UN HOMBRE DE PALABRA, y solo solté las amarras al sentir el rumor de una mariposa que empezaba a batir sus alas justo en el extremo más alejado de la otra orilla.
JURAMENTO, de Doña Urraca
SE ATUSÓ LOS RESTOS DEL BIGOTE antes de darle ese beso en la frente que viene a ser una despedida. Ella le devolvió una mirada perdida con sus ojos azules que en su tiempo lo decían todo y ese día solo reflejaban un adiós. Se mezclaron las lágrimas de ambos mientras le ponían el pijama gris y los separaban.
Sus cuerpos desaparecieron en el crematorio. Las estrellas amarillas de ambas camisas volaron con el viento el día de la liberación, y se reunieron en el cercano bosque donde, años atrás, se conocieron y juraron amor eterno.
FIESTA DE DISFRACES EN EL ASILO, de Onírica
A las cinco de la tarde había fiesta de disfraces en el asilo. A Julián, el de mago, se lo regaló su nieto mayor; una réplica tersa del abuelo. Lo único que no estrenaba, su eterna pajarita.
A Margarita cada vez le costaba más asomarse al espejo, aunque éste todavía le devolvía su porte distinguido. La caja que guardaba su disfraz estaba decorada con estrellas de cartulina plateada que habían perdido brillo a la par que ella ilusión.
Llevaba unas noches en vela esperando aquella tarde. Las pastillas azules del sueño dormían en el fondo de un pequeño almirez, aparentemente olvidado en la estantería tras las fotos.
“El Mago” DISCUTIÓ CON DOS COMPAÑEROS para conseguir el primer baile con “La Bella Durmiente”. En los últimos compases ella se derrumbó en sus brazos y él, sorprendido, no encontró el conjuro adecuado para evitarlo.
PALABRAS ELEGIDAS, de Carlos
Mi mirada fue atraída por la mujer que lucía un atuendo más limpio que todas. Tiene los cabellos grises salpicados de blanco, y la piel cuidada. Cuando miré sus ojos negros, EN LA COLA DE LAS PASTILLAS AZULES, se enredó con sus propios pasos y le tendí mi asiento. Eso pasó hace un mes. Tuve sensación de paz y emociones contradictorias.
La inquietud de perder nuestra libertad se desvaneció ayer cuando le prometí que esta noche pasearemos bajo las estrellas y que soy hombre de palabra. Contestó que caminaremos en silencio, los jardines del asilo proporcionan breve brisa de aire fresco.
Cuando terminen de consumirse sus velas y las mías en la capilla, andaremos siempre juntos bajo las estrellas. Hicimos un pacto. Debajo de ellas no tiemblan los dedos arrugados ni los pliegues del cuerpo. No se llega tarde al comedor. Ni hay celadores ni limpiadoras a los que suplicar.
DOÑA CONCHA, de Bartleby
Ya lo tiene pensado, cuando, como cada tarde, regrese su padre del geriátrico, de la visita diaria a doña Concha, será el momento de planteárselo. Precisamente esa antigua relación de amistad podría favorecer el que aceptara el ingreso en esa residencia. Ambos se sentían muy bien cuando estaban juntos y sus tertulias no quedarían restringidas a los horarios de visitas. Irían a verle todos los domingos que pudieran. Y los niños no tendrían que compartir habitación.
Desde la cocina oye llegar a su padre que, atusándose LOS RESTOS DEL BIGOTE, le dice:
–Hija, ¿a que no sabes con quién vengo? Doña Concha se viene a vivir con nosotros.
DESDE TU VENTANA, de rizzitos
Y en mitad de la calle alzando la mirada vi tu luz. No recuerdo como llegué allí, ni si quiera recuerdo cómo el nombre de tu calle; sólo sé que estaba ahí, observando tu silueta a través del cristal y con el miedo en la garganta. Metí la mano en el bolsillo izquierdo y la saqué, me faltaba valor, valor y coraje. ¿Y de dónde se sacan?, pensé. Intenté recordar la última vez que me mostré valiente, mi memoria no tenía recuerdo alguno. ¿Y si no era valiente, cómo iba a hacerlo?
Después de varios minutos incómodos durante los que el latir de mi corazón me amedrentaba decidí pensar en ti. En aquel rizo rebelde que se solía escapar de tu cabello, en tu forma de acariciarte el brazo cuando estabas nerviosa y en tu mirada al fijarte en la luna. Y entonces surgió, esa sensación de poder, de confianza. Miré mi mano, apenas me temblaba, el sudor había desaparecido y una inmensa claridad invadió mi mente. Volví a alzar la mirada, seguías detrás del cristal. Miré hacía ambos lados de la calle, nadie pasaba. Levanté mi mano hasta la altura de la sien y con delicadeza coloqué el cañón del arma en ella. Estaba frío, muy frío, ¿La muerte será así?, pensé. JUSTO AYER LE HABÍA PROMETIDO UN PASEO BAJO LAS ESTRELLAS
ARCOÍRIS, de Matilda Johnson
La COLA DE LAS PASTILLAS AZULES era el lugar y el momento más divertido de todo el día en la residencia. Siempre había alguien dispuesto a hacer un chiste verde o a reírlo, tuviese gracia o no, pero a él lo que en realidad le gustó es que se pusiera roja. Iba vestida de azul marino, o añil como prefería decir ella, y estaba preciosa.
Al día siguiente, tras comprobar que no podía de ninguna manera quitársela de la cabeza, esperó al momento de hacer la fila y, en vez de darle un ramo de violetas como hubiese preferido, le regaló un puñadito de hojas naranjas y amarillas que el otoño había dejado en el jardín; se dio cuenta entonces que ella había llorado y también, que después de darle las gracias, le sonreía.
SUEÑOS ROTOS, de Carballo
ERA UN HOMBRE DE PALABRA, por eso, como le había prometido. fue a su encuentro.
Pero lo que halló no tenía nada que ver con lo que ambos habían planeado.
En lugar de una cita romántica bajo la luz de las estrellas, ella le esperaba tendida en un féretro, fría e inerme, ataviada con su mejor traje.
Ante esa imagen, el anciano apenas puede retener las lágrimas que empañan sus ojos mientras no puede evitar pensar en todos sus sueños rotos.
MORIR DE VERAS, de Vellorita
Aunque murió hace tiempo, casi ni se acuerda, no le deja solo ni un instante. Le gusta observar su nariz generosa, sus manos ahora trémulas y sus pasos torpes sin que se dé cuenta, y oler su cuerpo mientras aún conserva los aromas del sueño para descubrir que esa noche también ha soñado con ella. Le estira la manta sobre el regazo, le susurra que es la hora de sus pastillas, le apaga el cigarrillo que sostiene ENTRE SUS DEDOS ARRUGADOS antes de que pueda quemarse. Lleva años esperando paciente a su lado. Incluso cuando lo trasladaron a esa residencia desde la que solo se ven las estrellas del árbol de Navidad. Sabe que el final está muy cerca y, aguantando las ganas de llorar, se prepara para ese momento inminente en que ya nadie la mantendrá viva en su recuerdo y morir de veras.
LAS FANTASIAS DE ÁNGELES, de Respiración
Ángeles vivía en un palacio con servicio de doncellas y mayordomos uniformados de blanco.
Paseaba como un cascabel canturreando por los pasillos y disfrutaba mucho del PASEO BAJO LAS ESTRELLAS en el jardín de la corte.
Lot (su amiga) más fría y terrenal se dejaba embaucar por aquellas fantasías y, a veces, participaba en ellas.
Aquellas locuras semejaban balsas de aceite curativo que paliaban la lentitud de tantos días de soledad.
Ambas se querían y complementaban.
Hacían turnos en la cola del comedor para elegir la mesa más cercana al ventanal, (la más solicitada).
Hoy le tocaba madrugar a Ángeles pero, dado que su familia venía a visitarla, Lot fue a sustituirla.
Para su sorpresa, ella ya estaba en la cola.
La increpó.
Ángeles la miró dulcemente y tomando la mano de Lot entre las suyas la tranquilizó.
“Las princesas cumplimos siempre la palabra dada”
JURAMENTO DE JUVENTUD, de Procrastinator
Era mi segundo día en el geriátrico, me estaba adaptando a mi nueva realidad cuando lo veo. Sin duda es el Dandi, el que fue mi amigo de juventud, el que con su verborrea y aires de grandeza me arrebató a mi amada. Me arrojó a una existencia de soledad. Además, seguro que le dio una mala vida, el muy canalla. He perdido parte de mis sentidos, no así la vista, es él. Hice un juramento y soy un hombre de palabra. Mis estudios de farmacia me ayudan a preparar un coctel mortal que vierto en su bebida. La muerte fue fulminante. A nadie sorprendió, en el geriátrico la parca está como en casa.
Al día siguiente me levanto eufórico, no se está mal aquí. En la sala de juegos lo veo. Lo reconocería entre un millón, es él, el Dandi. Hice un juramento, y soy UN HOMRE DE PALABRA.
FRÍOS, de Amanita
Dorinda está aislada y moribunda. Solo los mimos furtivos de José la mantienen viva. JUSTO AYER, LE HABÍA PROMETIDO un regalo, que confiaba en conseguir a través de su nieta preferida. Un brote nuevo cancela todas las visitas. Él no puede fallarle a Dorinda. Así que la actividad duerme, busca una salida clandestina por el almacén; ya la usó otras veces cuando fumaba a escondidas. Llega al jardín posterior sin problemas. La luna le ayuda a componer un ramillete de flores rociadas. Intenta regresar, pero encuentra el acceso atrancado. No se atreve a bordear todo el asilo hasta el timbre de la puerta principal. Acurrucado, espera que aparezca cualquier solución milagrosa. Al amanecer, un repartidor lo encuentra muerto por hipotermia. Ella, sin los besos prohibidos de buenas noches y el regalo prometido, no tuvo fuerzas para seguir respirando. El protocolo sanitario impide velatorios. Los llevan juntos al depósito refrigerado.
TRUEQUES, de Egomet
Se juraron amor eterno EN LA CAPILLA DEL ASILO. Fue una tarde en que, después de la merienda, aceptaron el chantaje de la celadora. A cambio de unos momentos de exclusividad en el oratorio, él entregaría su pajarita de seda. Ella, una vieja estilográfica, pese a la mirada depredadora de la chantajista sobre su anillo de oro. Ejerció como testigo, el cirio pascual. Su llama temblaba rebosante de complicidad.
Pero no hay más cera que la que arde y, en esos lugares, el tiempo es un tanto volátil.
El juramento quedó anclado en el mismo olvido que trocaría sus sonrisas en gestos sin alma.
Ella pasa las horas con la mirada extraviada en el vacío de su dedo anular, mientras acuna en su regazo, una pajarita arrugada.
ABDUCIDOS, de Wenceslao Izquierdo
LE HABÍA PROMETIDO UN PASEO BAJO LAS ESTRELLAS y organizó una excursión nocturna con su telescopio. Cuando casi llegaban al famoso emplazamiento ideal para astrónomos aficionados, un haz de luz los absorbió. Jamás habían visto las estrellas desde tan cerca, ni se imaginaron que la Tierra fuese plana.
BENDITA PANDEMIA, de Agüerojero
Cerraron el asilo, las víctimas de aquella pandemia eran tantas que los cuatro únicos ancianos sanos que quedaban se enviaron a otros geriátricos. A Juan le tocó uno en Galicia radicado en a costa da morte.
─No es posible, sí. Pensó Juan. Su pelo era el mismo aunque totalmente cano y sus ojos no habían perdido la luz bajo sus párpados arrugados. Sí, sin duda era ella.
─Amadora, la llamó Juan, ¿eres tú?
Ella continuó ausente con su vista fija en un televisor apagado.
Recordaba Juan sus años mozos de cadete en la marina y aquel amor con el que acostumbraba a pasear por la arena.
Una noche la tomó del brazo y la llevó a la playa a dar un PASEO BAJO LAS ESTRELLAS. Se descalzaron, humedecieron sus pies con la espuma de las olas.
Ella levantó su cara hacia la suya y le dijo:
─Juan, cuánto has tardado.
ANIVERSARIO, de América
Como cada veintidós de abril el álamo blanco esperaba que Ana y Pedro regresaran. Que buscaran en su tronco la silueta de sus nombres, se sentaran a sus pies y se abrazaran. Que rieran, que se amaran o que discutieran cuántos años llevaban juntos. Habían venido cargando niños, acompañados por adolescentes taciturnos y otra vez con niños de risas límpidas.
Esperaba verlos girar el recodo del camino parapetados tras sus bastones, con los ojos nublados pero las sonrisas intactas. Por eso, cuando Pedro llegó solo y encorvado, ENREDADO EN SUS PROPIOS PASOS, no lo reconoció. Si no fuera porque reconoció su tacto cuando los arrugados dedos acariciaron las letras talladas temblando sin remedio, nunca hubiera sabido que era él.
ÚLTIMAS VOLUNTADES, de Blessing
Anda que no lo repitió Maruja mil veces, ¡si hasta lo dejó firmado en una hoja! «Cuando me muera no quiero misas, ni curas, ni bendiciones, ni olor a incienso, ni una cruz en mi caja, ni hostias en vinagre». Pero el dichoso papel no aparecía por ningún sitio. Algunas de las residentes que la conocían bien insistían que cualquiera que la hubiera tratado sabría perfectamente lo anticlerical que era aquella mujer. Sus razones tendría, decían, aunque los demás no las compartiesen.
Pero no hubo manera. Cuando un anciano fallecía se avisaba al sacerdote y se celebraba el funeral en LA CAPILLA DEL ASILO, que para muertes a la carta no estaba esa institución.
Lo único que pudieron hacer por ella sus amigas, insistiéndole mucho al de la funeraria, fue convencerle para que le colocara los brazos a la espalda y pusiera los dedos corazón cruzados sobre los dedos índice.
CONVIDADO DE PIEDRA, de Nabuco
La cita transcurre al principio sin incidentes. En el monólogo de cada día él se deshace en lisonjas, pide disculpas y quiere ser por fin UN HOMBRE DE PALABRA para suavizar asperezas. Ha decidido que de hoy no pasa. Le grita que la quiere, que aunque antes nunca se lo dijo quizá no sea tarde para recuperarla. Estira los brazos, le ruega que dé un paso, que brinque confiada hacia el hueco. Pero a ella que, como siempre no parece oírle, se le humedecen los ojos durante unos segundos porque va a ser una despedida a largo plazo. La mujer se seca las lágrimas y recompone coqueta el peinado de peluquería. Deja resuelta el ramo de jacintos encima de la sepultura y cogida de la mano de su nuevo amor abandona el cementerio, sabedora de que ya no volverá a visitarlo tan a menudo.
EL ÁLBUM DE FOTOS, de Salitre
Su sonrisa se quebró un invierno, en una placa de hielo que la noche dejó en medio del asfalto. En el álbum de fotos que tiene en la mesilla de su habitación, aparece desaparecida en cada navidad o cumpleaños, en cada fotografía posterior a ese invierno. Lleva el álbum siempre consigo y pasa el tiempo mirando las páginas donde aparece con su pequeño en brazos, colegio, carnaval, equipo de baloncesto, graduación, el día que le regaló la motocicleta… El resto no le interesa, sale gente que no conoce. Amigos, marido, hija y nietos han ido desapareciendo de las fotos al tiempo que las visitas. Por eso, cuando aquel anciano se le acerca ENREDADO EN SUS PROPIOS PASOS, nadie piensa que tenga la más mínima posibilidad. No sabemos que le dice. Lo único que sabemos, es que al darse la vuelta ya no tiene el álbum, y sonríe.