110. Trece (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)
La chica del espejo le sonríe con pose sugerente. Ella dispara. No le gusta como ha quedado. Se ve gorda y desgarbada.
Se coloca de nuevo el cabello, encoge la barriga, saca un poco el culo e imita el gesto de la Gioconda, procurando que no se le vean los hierros de los dientes. Dispara de nuevo. La envía y espera.
No entiende porque él se pone tan contento cuando le manda esas fotos. A ella no le gustan. Tampoco sabe porque sigue haciéndolas. Tal vez sea porque sus comentarios procaces la hacen sentir mayor o por las palabras cariñosas que emplea cuando le pide que se quite algo más de ropa.
Él es muy guapo.
Y a ella nunca, nadie, le había dicho que era bella.
Personajes depravados como ese tienen una falta de escrúpulos absoluta, unida a la habilidad de aprovecharse de la inocencia de quien todavía es una niña y no es consciente de la realidad en su conjunto. Ella solo escucha algo que le gusta y confía, aunque algunos detalles comiencen a no cuadrar. Esa inocencia impregna todo el relato que, por desgracia y aunque ficticio, tiene visos de realidad, más descarnada aún cuando comprendemos que el título se corresponde con una edad en la que los niños y niñas solo deberían ser habitantes de un mundo infantil, nunca carnaza de depravados, a quienes todo lo malo que les suceda será siempre poco.
Está maravillosamente escrito y tiene un efecto muy conseguido, porque produce una reacción que solo puede ser de rechazo hacia esos individuos tan impresentables y dañinos.
Un abrazo y suerte, Anna
Una chica de trece años se saca selfies que envía al guapo joven que le dice lo que nunca nadie antes le dijo, entre otras cosas, debido a sus «hierros» (o «latas», como le decía yo a los brackets) sin saber que, al hacerlo, es víctima de lo que ahora se conoce como grooming… Ese afán de gustar, de aceptación, de pertenecer, la hace ingenua y vulnerable, y ese tono ingenuo y vulnerable es el que permea en el micro hasta la revelación final…
Un micro tremendo, de muy buena factura.
Cariños,
Mariángeles
La inseguridad propia de la edad es aprovechada por un depredador sin escrúpulos. qué bien lo has retratado Anna. Triste y realista este relato.
Mucha suerte con él.