Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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EL MICRORRELATO (IX)

dino 20xMicrocuentos para no olvidar (2)

La muerte en Samarra

(Gabriel García Márquez. Adaptación) 

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

―Señor ―dice― he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

―Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.

―Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza ―dice.

―No era de amenaza ―responde la Muerte― sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

La manzana

(Ana María Shua) 

La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.

El emperador de la China

(Marco Denevi) 

Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado del difunto emperador.

―¿Veis? ―dijo―. Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.

El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.

Calidad y cantidad

(Alejandro Jodorowsky) 

No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.

Padre nuestro que estás en el cielo

(José Leandro Urbina) 

Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…

―¿Dónde está tu padre? ―preguntó

―Está en el cielo ―susurró él.

―¿Cómo? ¿Ha muerto? ―preguntó asombrado el capitán.

―No ―dijo el niño―. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros. El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.

Amenazas

(William Ospina) 

―Te devoraré ―dijo la pantera.

―Peor para ti ―dijo la espada.

Este tipo es una mina

(Luisa Valenzuela) 

No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.

La verdad sobre Sancho Panza

(Kafka) 

Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie.

Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.

Sin título

(Gabriel Jiménez Eman) 

Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

El chat

(Manu Espada) 

―¿Ya te lo has quitado todo? ―le preguntó a aquella extraña a través del chat.

―Solo me quedan las medias ―tecleó ella, excitada.

―Quítatelas, rápido ―le ordenó él, subrayando su exigencia con un golpe en la mesa, como si fuera el signo exclamativo al final de una frase.

―Lo siento, he oído algo, debe ser la puerta de su despacho, adiós.

―No me dejes a medias ―suplicó él.

La mujer abandonó el chat rápidamente. El hombre cerró su ordenador y salió enfurecido, aunque entró en el dormitorio de puntillas para no despertar a su mujer. Bajo las sábanas, la luz tenue de un monitor iluminaba el gotelé de las paredes.

 

 

 

5 Responses

  1. Mel

    Je je creo que ambas tenemos el mismo libro de microrelatos en casa…
    A mi me encanta el del emperador chino, siempre ellos tan sabios y de cortar por lo sano.

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