16. Hábitat (Susana Revuelta)
Lo de la ballena mirándole con curiosidad no se lo contaría al conserje de su empresa cuando al regresar le preguntase, como de pasada y sin interés, mientras estudiaba en un catálogo las ofertas del supermercado de la esquina, que qué tal las vacaciones. Cortaría el relato del avistamiento de cetáceos un poco antes, en lo del salto que dio en el aire y el coletazo que pegó, calando enteros a todos los de la embarcación. No, quizá eso era enrollarse demasiado; mejor le diría que apenas vio el lomo de unos calderones, y de lejos, que lo mismo podrían haber sido bolsas de plástico flotando en el océano.
Para antes de enredarse en detalles y caer en alguna contradicción, ya se habría abierto la puerta del ascensor y él, resoplando y aflojándose la corbata, se apresuraría a atrincherarse en su tugurio de seis metros cuadrados con ventanuco a un patio interior, encendería el ordenador y se pondría, con regocijo, a abrir y contestar correos, devolver llamadas perdidas, rellenar pólizas, esa rutina tan relajante, dejando atrás treinta y un días metido en su apartamento, sobreviviendo gracias al aire acondicionado y los folletos de excursiones en las Islas Canarias.
Hay quien vive del cuento, hasta parece que se lo cree. Tu personaje no hizo lo que contó, pero parece que en el fondo es lo que quería: volver a su rutina, aunque sea solitaria, poco espaciosa y bastante virtual, pero es donde él se siente cómodo. Ya lo dice el dicho: «Como casa, nada».
Un abrazo y suerte, Susana
Jaja qué bien resumido. Pues aunque no lo cacarea por ahí, por precaución y prudencia, este colectivo existe, pero claro, no es nada popular ser más feliz dentro del día a día. Hay que viajar y luego contarlo y enseñar las fotos a todo quisque. Abrazo, Ángel.
Con ese panorama casi mejor no tener vacaciones jjj. Un saludo y suerte.