19. CÍRCULOS CONCÉNTRICOS (Paloma Hidalgo)
¿Sabes cómo se llama ese color asalmonado que tiñe las nubes al atardecer? Me importa una mierda, respondí con sequedad. Tras el divorcio de mis padres, mi madre continuó siendo ella, tan exigente, tan cariñosa, tan ella; sin embargo él cambió. Cuando estábamos juntos intentaba transformase en el padre perfecto que nunca había sido. Me resultaba ridículo, pero en vez de decirle que era innecesario, que yo prefería al de verdad, al imperfecto, disfrutaba humillándole, castigándole por considerarle responsable de todo. Se llama amarillo de Nápoles, añadió sin mirarme. Hoy he vuelto a pensar en él. Mi hija, que también cree que su padre es el culpable de nuestra separación, me ha contado al salir de su clase de pintura que el amarillo de Nápoles se usa en las puestas de sol, y yo, tras mirar al cielo, precioso, le he pedido perdón, aunque sé que ya es demasiado tarde.
Una historia de sentimientos y resentimientos. Tu protagonista ve cómo los segundos sobrepasan a los primeros. Una ruptura es dolorosa para todos y es cosa de dos, pero por algún motivo siempre hay alguien a quien achacar todas las culpas, aunque sea injusto. Nada más triste que el remordimiento y nada más demoledor que ese «demasiado tarde» final.
Un relato que invita a mirar las cosas con la perspectiva adecuada, sin dejarse llevar por las entrañas y a disfrutar de los detalles, como un atardecer en buena compañía. Genial ese «amarillo de Nápoles».
Un abrazo y suerte, Paloma
Me ha hecho ilusión que utilizaras ese amarillo. Un amarillo poco chillón, manejable, agradable, entonable… como tú relato. La historia familiar se repite, pero la perspectiva de la protagonista cambia, madura al verse reflejada en el comportamiento de su hija. Tal vez no haya sido demasiado tarde la petición de perdón, con los muertos nunca se sabe. Un beso grande, Paloma.
Un muy buen relato.
Ángel, siempre dando en la diana, muchas gracias por comentar.
Un abrazo.
Sí, somos así de injustos con nosotros mismos, castigamos a quien más queremos y después… lo lamentamos. Así nos va.
Es muy bueno el micro hablándonos de cómo son, invitándonos a reflexionar y, en el mejor de los casos, a enmendarnos un poco.
Felicidades.
Gracias, Luisa, por comentar. En algún sitio he leído que una injusticia hecha contra uno solo es una advertida amenaza contra todos, así que, totoalmente de acuerdo.
🙂
Uy. Se ha subido arriba mi comentario. 🙂
Me ha hecho ilusión que utilizaras ese amarillo. Un amarillo poco chillón, manejable, agradable, entonable… como tú relato. La historia familiar se repite, pero la perspectiva de la protagonista cambia, madura al verse reflejada en el comportamiento de su hija. Tal vez no haya sido demasiado tarde la petición de perdón, con los muertos nunca se sabe. Un beso grande, Paloma.
Un muy buen relato.
No te preocupes Amparo, leer por duplicado un comentario como el tuyo es un verdadero placer. Me gusta eso de que con los muertos nunca se sabe, me lo apunto. Es un amarillo que está presente, incluso si no nos damos cuenta, que forma parte de nuestra vida, como los sentimientos. Por eso lo elegí.
Dobles gracias.
Par de besos.
A través del color amarillo, nos cuentas la historia «amarilla» de una familia.
Muy conseguida la atmósfera creada para hacernos ver que la historia se repite en las distintas generaciones, con ese giro final sorpresivo.
Como siempre, letras amarillo oro, Paloma.
Un abrazo cariñoso.
María Jesús, siempre amable, siempre acertada en el comentario, siempre atenta a los detalles…da gusto tener una comentarista como tú.
Un beso agradecido para ti.
Parece que fue uno de esos colores especiales que tiñó el recuerdo de una niña que al convertirse en madre ve en su hija el reflejo que la descubre aquel momento que le hubiera gustado cambiar. Pero algunos padres son tan sabios que saben perdonar a los hijos, en silencio, muchos años antes de que estos lleguen a ese punto en el que comprenden. Posiblemente porque a esos padres también les ocurrió lo mismo con los suyos.
Uno de esos relatos que mientras están reposando en tu regazo van conquistándote de a pocos. Un saludo. Un gusto leerlo.
Tienes razón, Bea, la experiencia como hijos nos ayuda a comprender, cuando nos convertimos en padres. Te agradezco mucho el comentario, y me agrada que lo hayas compartido con todos.
Saludos.
Bonito relato de las relaciones padres-hijos. De cómo a veces las malas maneras y respuestas, duelen y el perdón no llega. Muy bien narrado, transmites sentimientos y emociones. Buen trabajo Paloma, suerte.
Gracias Pablo, me alegra leer tu comentario.
Un abrazo.
Los hijos, a veces, somos muy injustos con nuestros padres. El problema es que no nos damos cuenta hasta que la historia se repite y lo sufrimos en nuestras carnes, pero ya es demasiado tarde para pedir perdón.
A partir de ahora, siempre que contemple un atardecer recordaré el «Amarillo Nápoles» y tu relato.
Muy buen relato. Te deseo muchísima suerte.
Besos apretados.