1º Concurso de Microrrelato EL CAFÉ
13º ENTCuentro
que celebraremos el primer fin de semana de marzo en Cabezón de la Sal, queremos invitaros a participar en este concurso que le hemos propuesto al restaurante EL CAFÉ, el local donde cenaremos el sábado 2 de marzo, con el objetivo de que desde sus instalaciones nos lleguen los primeros efluvios de … inspiración.
Asistentes y no asistentes al ENTCuentro, estáis todos invitados a este
1º Concurso de microrrelato EL CAFÉ
Sus bases son las siguientes.
1 – Pueden participar usuarios de la web estanochetecuento.com y amigos y conocidos de la página.
2 – Podrán presentarse un máximo de 2 relatos por autor.
3 – El relato se publicará únicamente en el espacio de comentarios de esta misma entrada del blog www.estanochetecuento.com, y tendrá una extensión máxima de 100 palabras sin incluir el título.
4 – La única condición del relato es que será obligatorio que esté ambientado en la cocina, en la barra o la sala de un restaurante cualquiera y que alguno de sus protagonistas sea el camarero o camarera.
5 – El plazo para su presentación se iniciará con la publicación de este post y durará hasta el DOMINGO 25 de febrero de 2024.
6 – El jurado estará formado por los representantes del restaurante. En el caso de que alguno de los ganadores no se haya identificado debidamente será inmediatamente eliminado y el premio pasará al siguiente.
7 – Este concurso se fallara públicamente tras la cena programada para el próximo 2 de marzo en el Restaurante EL CAFÉ.
8 – El premio para el relato ganador es una cesta de productos locales y la inclusión del relato en el recopilatorio Esta Noche Te Cuento de 2024.
Ya sabéis… 100 palabras… bien servidas
52. EN EL TRABAJO
La joven se acerca. Me pide un café y me pregunta dónde está el baño.
Miró las mesas, la barra, la tragaperras.
Observo las cortinas, las colillas, las cascaras y hasta la pereza.
Veo la soledad del día entrar por la ventana y me distraigo con su inocencia adulta. Y, con la educación de un servidor, le digo que al fondo a la izquierda están los lavabos.
Me da las gracias. Sonríe, cómo si hubiésemos conectado.
Después al oído se lo cuenta a su pareja. Como si yo no hubiese existido.
53. CRIMEN
—Vengo a entregarme.
—Disculpe, ¿cómo dice?
—Quiero confesar un crimen.
—Lo siento, pero creo que se ha equivocado, solo soy el camarero.
—Usted no podría tomarme declaración, para ir ganando tiempo para cuando vengan los cuidadores de la Ley.
—Me esta asustando. Pero qué delito grave ha cometido.
—He matado el tiempo.
—¿El suyo?
—Sí, el mío.
—Ya veo, un suicidio. ¿Le pongo un americano?
—No. No tengo tiempo…
54.- Encuentros en clave de error
Mientras recojo la taza vacía observo a mi contacto irse de la cafetería. Nuestras conversaciones son cada vez más absurdas y no sé qué mensaje debo trasladar a la agencia. Es cierto que tiene peluquín, que apareció en mi barra el día acordado y que, cuando le hago la pregunta en clave (“¿un café doble, señor?”), siempre asiente según lo pactado. Pero solo me habla de lo triste que se encuentra y si le pregunto por los planos me mira extrañado, sin responder. Empiezo a pensar que es un tipo normal y no el agente infiltrado que espero…
55. CERRADO POR DERRIBO
Me citó en un romántico restaurante con música en directo y platos exquisitos. Pensé que por fin, daría el gran paso y me arreglé a conciencia. Me equivoqué.
Con un guiño cómplice, pidió a la camarera la sugerencia del chef, para la ocasión, le dijo.
De primero nos sirvieron la no alusión a mi aspecto, acompañada de la canción, el bulevar de los sueños rotos.
De segundo un “no eres tú, soy yo”, aderezado con la incombustible “se nos rompió el amor” y de postre un rotundo, “se acabó”, bañado en chocolate negro, tan amargo como mi corazón partío.
56. Que la inspiración te encuentre trabajando
Dio la vuelta a la servilleta y siguió escribiendo en el reverso.
El ruido de cubiertos, tazas y vasos le estaba sirviendo de inspiración, y cuanto mayor era el bullicio más ideas brotaban en su mente. Había varias mesas sin atender y escuchó a la jefa gritar su nombre, pero las musas aparecen muy pocas veces, y tenía que aprovechar su visita. Tras agotar dos servilleteros y tres rollos de papel, culminó su mejor novela.
El despido fue fulminante, pero los amantes de la literatura hoy contamos con un nuevo referente.
57. PÍDEME UN CAFÉ Y TE DIRÉ QUIÉN ERES
Gonzalo, camarero y estudiante de psicología, etiquetaba a los clientes:
–¿Tomarán café los señores?
–Para mí solo con hielo –«Espíritu de la contradicción», asignaba Gonzalo.
–Yo descafeinado con leche templada –«Reprimido, seguro que en casa se pone la leche de la nevera».
–A mí, un «ristretto» –«Ya apareció el políglota».
–Cortado, en vaso largo, con leche de soja muy caliente y azúcar morena– «Tiquismiquis».
–Café, pero café café –«Trastorno obsesivo compulsivo».
–Cortado con sacarina –«Sentimiento de culpabilidad, después de la tarta de tres chocolates».
–Yo, un café.
–¿Solo?
–Bueno, póngame dos –«Tímido, retraído y de buen conformar», concluyó el camarero.
58. Adiós, rutina
Cada vez que te pido mi triste descafeinado me embobo con tu mirada. Nunca me gustó el café, por eso te lo pido así, pero me vuelve loco ver cómo te muerdes el labio cuando escuchas mi voz, y el hipnótico vaivén de tus caderas cuando te acercas a la barra a pedir que lo preparen. Cada noche, el recuerdo de tus ojos no me deja dormir, pero nunca me atrevo a decírtelo. El día que venza mis miedos y me decida a pedirte un gin tonic, iluminaremos este lóbrego salón con nuestros fuegos artificiales.
59. ÁNGEL
José rebosaba satisfacción.
Ver las mesas llenas después de haber estado a punto de echar el cierre era como un sueño. Y todo porque su mujer se había empeñado en contratar a aquel ser extraño y traslúcido a pesar de la ruina del negocio. El nuevo camarero era la comidilla del barrio: su manejo de la bandeja, su simpatía, su saber adivinar antes de que el propio cliente supiera lo que deseaba, y, sobre todo, ese volar, literalmente, de mesa en mesa, con la velocidad y fluidez de las mariposas en primavera.
María sonreía henchida de orgullo… y de amor.
60. LA NOTA
En la cristalera del restaurante se anunciaba sin precio, relax, bacalao, rebozados y más… Lo del relax era un misterio que los clientes trataban de averiguar mirando entre resquicios de las cortinas. Un camarero trajeado de negro, camisa blanca y pajarita roja conducía a los comensales a una mesa con mantel de paisajes oceánicos, leía una nota poética y si el cliente respondía con otra gastronómica, tenía derecho a elegir detrás de un biombo, entre un rebozado o un masaje de piernas. Lo del bacalao era de pago, con descuento especial según la edad.
61. EL HUESO DE SAN ANDRÉS
El cliente de la mesa seis era un habitual del restaurante. Y habitual también su sonrisa burlona y comentarios jocosos cuando el joven camarero, con aires amanerados, pasaba por su lado. Para el muchacho eran estacas clavadas en su ánimo.
El pollo fue el encargado de ejecutar el karma y un hueso se alojó en la tráquea del cliente. Todos se quedaron paralizados, pero el camarero actuó con rapidez y le aplicó la maniobra de Heimlich, tras unos segundos el hueso salió despedido. Todo volvió a la normalidad y el cliente de la mesa seis se fue sin dejar propina.
62.VIDA SECRETA DE UN CAMARERO
Si los dueños de El Café analizaran las grabaciones de la cámara de seguridad, repararían en un hombre de mediana edad que entra, le susurra algo al camarero y desaparece tan discretamente como ha llegado.
Si se fijaran, verían que entonces él desaparece unos minutos y vuelve con un brillo especial en los ojos.
Si pudieran seguirlo, si fueran tan megarrápidos como él, lo verían cambiarse, frustrar un atraco, evitar un atropello o detener una agresión, cambiarse de nuevo, esconder las mallas y la capa y volver a entrar sin haberse despeinado.
63. Cazar un amor
Has fijado la vista en la taza de café sin reparar en la camarera que te ha servido. Intuyes que tiene la piel morena como una reina de África. El efluvio punzante de la bebida y el canto que murmura la mujer te trasladan en una ensoñación hasta la sabana. Eres un leopardo que husmea al alba en busca de su presa. Corres. Corres hasta que el paisaje se difumina y temes el estallido inminente de tu corazón. «Es ella -dices-, la he encontrado». Pero solo aciertas a atisbar una gacela que se escabulle por la puerta abierta del bar.
64. Último brindis
Sentados en los taburetes del bar, pesa el silencio. Incluso podéis oír cómo avanzan inexorables las manecillas del reloj. Sentir la fragilidad de la vida. Alguien coge una bayeta y frota la barra sin lograr secar las lágrimas. Sabéis que llega la despedida y, servida una última caña con demasiada espuma, os acercáis al féretro. Manolo viste su eterna pajarita negra, chaquetilla blanca y una limpísima servilleta sobre el puño derecho. Y vosotros, que solo os conocías de vista por ser clientes habituales, entrechocáis los vasos en honor de una leyenda. Vuestro amigo. El mejor camarero de todos los tiempos.
65. Turno de noche
Me contó que la doble carga de café solía provocarle taquicardias, pero así lo toma porque solo así es capaz de afrontar el día. Había probado con el cortado, con el colacao, e incluso con el whisky; pero nada le daba tanta energía (y tantas taquicardias) como una doble carga de café, que nunca era americano, porque siempre le añadía un toque de leche.
Aquí en el bar, como en las peluquerías, no tenemos secretos; por eso sé que sale del turno de noche, y no del after, como se piensa mi marido.
66. AMO MI TRABAJO
En cuanto apareció se encendieron mis ojos. Me temblaba el pulso al servirle aquel café mediano. Más guapa que nunca, esperó con paciencia a que terminase mi turno. Cuando todos los compañeros se marcharon, antes de que yo cerrase el restaurante, ella dijo sin rodeos que no era feliz en su matrimonio. De inmediato, los besos apasionados enmudecieron a las palabras detrás de la barra.
Dijo que debía regresar junto a su marido e hijos. No le confesé que me había confundido con su antiguo novio, mi hermano gemelo, a quien sustituyo algunos fines de semana.
67. La penúltima
Pavel sospecha de ella. Cada noche, antes de echar el cierre, cuando apenas un sapo alcoholizado, un tucán enfermo de morriña y un gato que recita versos de Bukowski apuran sus vasos acodados en la barra, entra con el traje descompuesto, el pelo alborotado y los zapatos de tacón en una de sus manos. Pavel ya sabe qué ponerle cuando deja un billete al lado de la caja y le hace un gesto lascivo con los labios: un Passport sin hielo que apura del tirón. Después elige a su víctima y se pierden en el aliento hueco de la noche.
68. Lo de siempre
Ha pasado un ángel. De la cocina no consiguen escapar ni el chisporroteo de las sartenes ni el corte seco del cuchillo sobre el tajo. El sol y sombra de Fermín se queda atrapado entre sus labios que se mueven como los de un falso ventrílocuo. Los churros con chocolate de Doña Lupe se disipan en el aire antes de alcanzar la barra desde la mesa de la esquina, como si nunca hubieran sido pronunciados. Cuando María atraviesa la puerta del bar, hasta el zumbido de las moscas se congela, mientras, Bastian dibuja un corazón sobre la espuma del café.
69. EL BAR DE PEPE
La barra del bar enseña sus entrañas allí donde los parroquianos han descargado sus pesares. Las mesas, huérfanas del roce de las fichas de dominó y la caricia de las cartas, parecen fantasmales espectros. El local agoniza rodeado de negocios más modernos. En su interior Pepe atiende a su único cliente. Fiel a su oficio no piensa abandonar hasta quedarse solo; al verlo entrar le prepara el café como a él le gusta, lo hace con la misma dedicación con la que lo hacía antes, cuando estaba vivo.
70. EL CORRECTOR
Aficionado a la escritura, deja versos en las servilletas de los bares y cambia el título de los platos de la carta para mejorar su sonoridad. También hace pintadas detrás de los nombres de algunos restaurantes con rocambolescos adjetivos que casi no caben en los toldos. Con el tiempo se ha tomado muy en serio su afición y se ha convertido en un profesional. En la mesa de su café favorito copia en sus cuadernos las miles de anotaciones que aparecen en los márgenes de un libro. Ya está acabando su primera obra, Ciento noventa y ocho años de soledad.
71. PAN Y BEBIDA APARTE
El entrante se llamaba «Campo de golf», dieciocho aceitunas deshuesadas cuyo precio ascendía a un riñón. El resto del menú consistía en guisantes ahumados, «Londres nublado», según la carta, una merluza congelada, o «Iceberg del Titanic», y «Corazón de Manhattan», o una manzana. Calculó que, además del riñón, perdería un ojo de la cara y dejaría a sus hijos sin herencia. Llamó entonces al chef, lo felicitó por lo acertado de los nombres de sus creaciones, le colocó sobre el gorro el «Corazón de Manhattan», y le demostró lo equivocados que, en cambio, estaban sus amigos al apodarlo Guillermo Tell.
72. HAY NIVELES
Juanito “seis pasos” tiene ese sobrenombre porque nunca da el séptimo sin escupir antes al suelo. Aun así es bienvenido a nuestro restaurante por las más que generosas propinas que deja. Como siempre, pidió el reservado de la mesa grande. Esta vez entraron diez pero para los postres solo quedaban ocho. Entremedias se oyeron discusiones, insultos, golpes y hasta tres disparos. Afortunadamente esa sala dispone de puerta directa al exterior y fregadero propio, pues no hay propina que compense limpiar todo aquello. Y Juanito todavía no ha visto a un camarero cabreado tras dos turnos incluyendo una celebración de comunión.
73. ENTRE FOGONES
Tanto mi mujer como yo estamos encantados con el nuevo camarero, y eso que ella al principio no parecía muy convencida. Pensaba que su rostro angelical, sus modales refinados con los que saludaba a los clientes y esa sonrisa, para mí algo afeminada, no iban con nuestro restaurante. Yo, en cambio, desde el primer día estuve loco de contento. No solo servía mesas la mar de rápido, sino que se quedaba hasta tarde limpiándolo todo. Me da gusto ver la cocina donde ella guisa como los chorros del oro. Es más, incluso su mirada brilla igual que cuando éramos novios.
74. ESTILO ADAPTATIVO
El camarero enamorado atiende a los clientes con espontáneos pareados. Azúcar no gastan, rebosa amor con los gestos y con su mirada les basta. Cuando se acerca desde la barra tararea melodías y hasta parece que baila. Si viene su chica, el corazón le late con fuerza bestial: una batería se añade al hilo musical.
Pero algo pasó. Ella lo cambió por otro gato. Él ya no tiene flow, quiere vomitar lo dulce y desquitarse. Esa bebé no merece más que gosthing. Ahora se dirige a las mesas con movimientos de perreo y recoge rápido para irse de bellaqueo.
75. Un poco más de pan, por favor
Por las tardes, cuando ya habían servido los últimos menús y sólo quedaban los parroquianos jugando la partida, en la mesa del fondo comían los camareros. Entonces era cuando entraba Andrés, un anciano menudo y algo desaliñado al que sentaban junto a ellos y le ofrecían de comer. Antes de marchar, el anciano siempre daba las gracias mientras miraba la foto color sepia que había tras la barra, con los abuelos de los dueños y un joven camarero menudo, algo desaliñado.
-Gracias a usted, Señor Andrés, por todo -le contestaban los nietos al unísono.
76. Climas
Cuando llega el verano en el café de Alonso, en el de Carmen se impone el invierno repentino.
Ambos, en la plaza del pueblo, no se distancian más de cien metros. Así que fácilmente se cambian de uno a otro los feligreses, unos buscando el calor y los otros el buen fresco.
Solo Juan permanece en su lugar, simplemente se abriga o quita ropa. Carmen le cambia el té frio por el café con leche, o viceversa. Y es en ese único momento cuando se besan efusivamente porque recuerdan que tuvieron tiempos mejores.
TERMINADO EL PLAZO DE ADMISIÓN DE RELATOS. GRACIAS POR VUESTRA PARTICIPACIÓN