248. ANTES DE LA ÚLTIMA PÁGINA, de Carbayu
Tras cerrar el libro se quedó contemplando aquel paisaje de ensueño por unos instantes. Después, lentamente, cerró los ojos y llenó los pulmones de aire puro. Como cada inicio del otoño desde hacía muchos años, se permitía siete días libres para irse al norte; a los increíbles robledales de la cordillera cantábrica. Buscaba su árbol preferido (un gran “carbayu” como decían por la zona) y se ponía a leer a sus pies.
Poco más hacía durante aquella semana. Leía hasta que la luz declinaba. Después, contemplaba el atardecer. Le encantaba ver como la luz bajaba y la alfombra natural sobre la que descansaba se iba inundando de rojos, amarillos y marrones mientras el sol se despedía tras los majestuosos picos del cordal.
Aquella tarde se quedó un instante mirando su libro. Se lo sabía de memoria, pues era el que leía siempre en sus vacaciones. Mirándolo pensó: “Linda, aún vive feliz y ajena a todo lo que vendrá. Ajena al tiroteo. Ajena al dolor.”
Posando el libro y mirando el horizonte azul y naranja pensó: “¡Ojalá alguien parara ahora de leer y me dejara para siempre en este paraíso verde, feliz con mi libro junto a este viejo roble!”.