26. Que aproveche (Susana Revuelta)
Entornó los ojos al dar el primer sorbo a la Coca-Cola y de la emoción comenzaron a resbalarle por las mejillas unos lagrimones. Cerró la boca y la enjuagó con el refresco, como si fuera un colutorio. ¡Añoraba tanto sentir el chispeo de las burbujas en la lengua y el paladar! Cuando se le fue el gas lo tragó y repitió la operación hasta terminarse el vaso. Pidió entonces si podían servirle más, mientras se ponía a dar cuenta del bistec. En ese momento las lágrimas de felicidad ya le caían a borbotones, ¡al cocinero había que felicitarlo! Lo había dejado por dentro crudo y por fuera churruscado, justo como se lo preparaba su abuela cuarenta años atrás, allá en la granja. Las patatitas le parecieron también deliciosas, todo le estaba sabiendo a gloria. No le importó, en absoluto, que la bebida estuviera calentorra, ni que las patatas fueran ultra-congeladas. Eso qué más daba, si llevaba cuarenta años en el corredor, sin catarlas. Tan abstraído estaba engullendo la tarta de manzana, que tampoco renegó por que no le fuese a dar tiempo a hacer la digestión de esos manjares antes de que le administrasen la inyección programada.
Tendemos a no querer ni mencionar algo tan inevitable y universal como la muerte, por miedo a que habrá después, o al vacío, pero sobre todo por temor a perder lo que conocemos. Posiblemente sea un error. Si fuésemos conscientes más a menudo de esta realidad no nos traumatizaría tanto la desaparición natural de seres queridos, valoraríamos mejor cada minuto con sus pequeños detalles. La última comida de este condenado a muerte, en este sentido, es, paradójicamente, una apuesta por la vida.
Un abrazo y suerte, Susana
¿Qué pediríamos cada uno si nos dijesen que hoy es nuestro final? Algo que nos diera felicidad o placer por última vez, seguro, a no ser que alguien disfrute con la inyección letal o con el hormigueo de la silla eléctrica, en cuyo caso también sería una felicidad personal. Buen juego el del condenado a muerte para mostrar ese instante de felicidad. Genial, Susana. Suerte y abrazos.
Desde la segunda línea, me tardaba llegar al final, sabía que algo fuerte se mascaba. Y no defraudaste, no.