33. Serigrafías
Otra escena imborrable se adhiere al cristal de su ventana favorita. Esta vez tiene el olor dulce del amor tierno y tardío sobre un fondo de abeto invernal y los colores del tránsito tranquilo de otros tiempos.
El coleccionista la captura con cuidado, disfrutando anticipadamente de las mil y una posibles historias que esconde, pensando en los diversos ángulos y las distintas miradas que seguramente provoque en los demás.
De la semana anterior sólo conserva el reflejo de una bruja venenosa que recitaba conjuros en sueños, exhalaba un aroma a poción de eterna juventud y tenía un halo mágico fosforescente. Pero, por alguna razón que aún no comprende del todo, ha guardado esa estampa en una carpeta aparte y sabe que nunca la compartirá con el mundo ni la expondrá a imaginaciones ajenas.
Cuando finaliza el trayecto sonríe al vidrio vacío que, pese a su fría transparencia e impermeabilidad, no podrá evitar empaparse de nuevo de algún reflejo vivo que lo convierta, por un instante, en un objeto único, bello y especial. Y él espera estar allí, con su mirada precisa y sus pinzas invisibles, para extraerlo y que no se pierda irremediablemente.
Quién hubiera dicho que el simple vidrio de una ventana pudiera dar tanto de si, ser receptor de escenas e historias humanas, que alguien con mirada sensible es capaz de rescatar. Igual que un escritor o un fotógrafo (tú eres las dos cosas) tiene una sensor especial para captar aquello que merece la pena conservarse, en su calidad de «único, bello y especial», hay que agradecer a tu protagonista su inquietud y generosidad al hacer «no se pierda irremediablemente» esa escena o vivencia que luego compartirá con los demás.
Una lectura llena de belleza, extrapolable a cualquier artista o persona que también la busca.
Un abrazo y suerte, Eva
Gracias Ángel, siempre tan analítico. ¿Imaginas que los cristales tuvieran memoria y fueran como cámaras? Un beso.