34. MARIETA
Todos los amaneceres encuentran a Marieta limpiando escaleras. Para ayudar a unos parientes necesitados o para colaborar con la parroquia. Nunca para ella.
Peldaño a peldaño va entregando sus vísceras a las hambrientas hienas, el corazón a algún ingrato que lo ha perdido por no tener cabeza… La piel a quien muere de frío por falta de ella.
Tanto se da, tanto se vacía que se ha hecho incorpórea y el dios Eolo la ha confundido con los demás vientos y la ha enviado a remover las olas, a jugar con la arena, a bailar con las coladas en los tendales.
A ella le complace su nuevo estado, pero cuando el dios la convierte en tornado o la envía a mitad del océano a volcar su furia contra alguna embarcación, desearía volver a sus escaleras y, escalón a escalón, soñar de nuevo con ser etérea.