40. Relojes parados (Montesinadas)
Dos metros treinta es la distancia exacta que separa el suelo de los pies de los ahorcados que cuelgan de las farolas en la avenida. Por los escalones que llevan a la parte alta de la ciudad corren cataratas de sangre hacia el río donde flotan los cadáveres decapitados, cuyas cabezas, se alejan amontonadas en una barca conducida por un monstruo envuelto en una bandera.
La muerte marca su hora desde los tejados: se detiene, apunta, dispara y una víctima más sobre el asfalto con un pie atrapado en los radios de la rueda de su bicicleta que gira hasta ser aplastada por las botas de los gigantes del séquito del dictador que después, pisotean la bolsa de pan duro que la niña llevaba a su casa. Y crujen los mendrugos como crujen sus huesos.
De las alcantarillas centenares de peces disparados hacia el cielo gris y otra explosión que revienta el quiosco y las postales que compraban los turistas de una ciudad, que ya no existe, llueven en pedazos sobre el grupo de ancianos que apoyados en las vallas, alrededor del último socavón, esperan sin miedo su hora mientras observan la brutal obra de ese gran hijo de puta.
Impotencia, incomprensión y una rabia inmensa es lo que sentimos muchos ante las imágenes y noticias atroces que por desgracia nos inundan. Saberlo expresar con su crudeza, hacer que nos identifiquemos con las palabras que lo describen, eso ya no es patrimonio de cualquiera.
Un relato descarnado que refleja una actualidad implacable, que no admite medias tintas ni perdón.
Me alegra leerte después de un tiempo sin hacerlo.
Un abrazo y suerte, Manuel
Perfecta descripción de horror, dolor y muerte.
Un relato atroz construido con las palabras más atroces. Su perfección da escalofríos.