Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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54. Epílogo

Mientras Stephan Psmithie hilvanaba las pistas falsas que el inspector Renoir iría desmontando, se le derramó una taza de chocolate entre las páginas 251 y 262. El ayudante del inspector, el doctor Bernard, diabético desde su aparición en el segundo capítulo, quedó empapado por el líquido que, además, estaba endulzado con unos terrones de azúcar. Falleció al poco tiempo por un exceso de glucosa en sangre. Psmithie quiso limpiar las huellas de su desliz. Primero con un trapo, lo que resultó inútil, y después dando una vuelta de tuerca a la trama. A expensas de ser poco original, intentó culpar al mayordomo del delito. No obstante Renoir había sido informado del incidente por mí. Sé que un narrador objetivo no debe entablar conversaciones con los personajes, pero habría sido imperdonable que mis silencios ocultasen al culpable. Con la ayuda de unos agentes, nuestro escritor fue arrestado y metido dentro de su novela, juzgado entre las páginas 350 y 389, condenado a la horca en la 393 y ejecutado en la 401. Cuando comenzamos a descubrir las consecuencias de nuestros actos, ya fue tarde. Todas las hojas quedaron en blanco y desaparecimos para siempre. Igual que este epílogo que nunca existió.

8 Responses

  1. Ana María Abad García

    Qué divertido, Pablo! Ya había visto antes algún relato en el que los personajes salen del libro e incluso interactúan con su escritor, pero nunca habían llegado al extremo de liquidarlo, jajaja.
    Mucha suerte y un abrazo.

      1. Pablo Núñez

        Y esto va para ti, Paloma. ¡Qué me gusta leer tus comentarios! No sabes lo que me alegra que el epílogo haya conseguido sacarte unas risas y que te haya gustado. Aunque nunca haya existido. 😉. Besote bien fuerte.

    1. Pablo Núñez

      Muchísimas gracias por pasarte por aquí, Ana María. Me alegra mucho que te haya divertido ese epílogo que prácticamente se ha suicidado a manos de su narrador.
      Un besazo grande y un gusto saludarte.
      Besote.

  2. Ángel Saiz Mora

    Como en los tebeos de Mortadelo y de Anacleto, en los que el mensaje se autodestruye como si nada hubiera sido dicho, así nos quedamos tras la lectura de este divertido, simpático y trabajado relato, un homenaje al género policiaco, con mayordomo sospechoso incluido, además de un efecto de viaje en el tiempo y consecuencias en diferido: si en el pasado desaparece el progenitor, ni siquiera habremos existido.
    Un abrazo y suerte, Pablo

    1. Pablo Núñez

      Buenas, Ángel. Como siempre, da gusto leer tus comentarios. Recuerdas a aquellos tebeos de la infancia que a mí tanto me gustaban. Seguro que a ti también. Este relato o epílogo es como tú dices, se autodestruye una vez leído porque, si el autor no existe, tampoco el narrador, los personajes, etc.
      Te agradezco la apreciación sobre las novelas policíacas. Siempre me han gustado mucho y es un género al que vuelvo de vez en cuando y que me suele inspirar.
      Es un verdadero regalo tenerte por aquí, amigo mío. Mil gracias por tus palabras y por ser como eres.
      Un abrazo.

  3. Magnífico relato metaliterario escrito de manera brillante y asaz -lo que quiera que signifique asaz- divertida, y en el que no dudamos que figuraría la advertencia de que «cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia».
    Excelente. Anotado entre mis favoritos.
    Abrazo.

    1. Pablo Núñez

      Amigo Rafa, siempre es una alegría verte por aquí pues, cuando apareces, sé que es porque te ha gustado el resultado. Y eso es muy importante para mí. La advertencia que apuntas le viene muy bien al relato. Incluso valdría para un subtítulo. Lástima que no exista este epílogo —o no epílogo—, si no, se lo pondría.
      Un fuerte abrazo, Maestro. Y gracias por pasarte por aquí.

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