59. Ciencia aplicada
Nunca pensé que aquel curso de grafología me sería tan útil. Porque su escritura trasluce siempre la verdad, por más que ella disimule con tanta perfección al escoger las palabras que me escribe. Desde la primera respuesta estuvo claro: “gracias por los piropos”, decía, y también “lo nuestro es imposible”. Pero el trazo de la pe de “imposible” indicaba pasión. Quedó así inaugurado nuestro lenguaje secreto: alegaba sus obligaciones y su marido, y el oleaje de esa eme decía sálvame del naufragio. Después se volvió más escueta. Se sentía vigilada, sin duda. Pero la zeta de “déjame en paz” rezumaba deseo. Esta noche iré a rescatarla. He recibido ya la señal definitiva, en esa jota temblorosa, inclinada hacia mí, con la que escribe “orden de alejamiento”.
Por más evidentes que sean las señales desde fuera, si uno no quiere verlas nunca existirán. Cualquier excusa será buena para hacer una libre interpretación. Un relato muy bien elaborado, original y con un final esclarecedor. Con «e» de enhorabuena.
La grafología tiene una base científica que, como bien dices, puede ir más allá o no concordar con lo que cuentan las palabras. Revela una realidad auténtica, y en este caso dramática, que no es la que parece.
Original y contado con elegancia.
Un abrazo y suerte, Tomás.
Muy bien hilado, Tomás, cómo se va viendo el desastre que se avecina con cada frase añadida a esa colección que los deseos ciegos de tu protagonista tergiversan.
Un abrazo y mi enhorabuena.
Evidentemente, el significado de las palabras no puede superar al de los rasgos con que se trazan que siempre son inequívocos. Como lo es que que este relato va de cabeza al libro.
Enhorabuena.
Está claro que, a veces, solo vemos lo que queremos ver. Me ha gustado mucho tu micro, con un final inesperado y un título muy apropiado.
Nos leemos