59. Inolvidable (Aurora Rapún Mombiela)
Se endereza en la silla, se sujeta las rodillas con las manos esposadas y comienza, orgulloso, a relatar su historia.
Empezó como lo hacen las cosas importantes, poco a poco y por casualidad.
Tendría unos 7 años cuando rescató del cubo de la basura una caja de cartón muy pequeña que su madre había desechado. La decoró y guardó allí el diente que se le había caído esa mañana. Prefería conservarlo él mismo, no se fiaba del Ratoncito Pérez. Algo tan valioso no podía caer en manos de cualquiera.
Empezó a almacenar las uñas que se cortaba. También añadió algunas canas que logró rescatar del cepillo de su abuela. Era algo tan especial.
Su afán por los rastros humanos se fue haciendo cada vez más grande. La cajita dio paso a la lata de aluminio y esta a una nevera y a un congelador, y a otro, y a otro más.
La dificultad para obtener nuevas piezas, les otorgaba valor y él hacía todo lo necesario por conseguirlas.
Ahora que por fin se había hecho pública su colección, se alegraba de que lo hubieran descubierto.
Observaba, emocionado, las caras de estupefacción, las miradas desorbitadas, las exclamaciones.
Ya podía morir tranquilo.
Es comprensible que a quien tiene una colección no solo le gusta poseerla, sino que también siente orgullo al mostrarla, de ahí la satisfacción final de tu protagonista. Su problema es que lo suyo era algo enfermizo, fetichista, sin fin y, puede que, también, vaya unido a la falta de escrúpulos y nulo respeto hacia lo ajeno. No se especifica, pero es de suponer que si le procesan y está esposado es porque nada bueno ha hecho. Ese afán coleccionista le ha conducido a delinquir, tal vez incluso a atentar gravemente contra otras personas para quedarse con partes de su cuerpo. El descubrimiento de lo que él considera una colección ha debido de ser tan sorprendente y abominable que justifica el título: «Inolvidable».
Un relato que demuestra que la mente humana es compleja y llena de potencialidad, que bien empleada puede lograr grandes cosas, pero mal dirigida, las peores.
Un saludo y suerte, Aurora
Muchas gracias por tu comentario, Ángel. Efectivamente, la colección se vuelve obsesión en este caso. Afortunadamente, se descubrió el pastel y pudo frenarse a tiempo.
A veces la enfermedad solo se cura al salir a la luz. Lástima que no pudiesen atajarse antes los «efectos secundarios» que provocó.
Estremecedor relato muy bien contado. Me gusta la vuelta de tuerca psicológica del personaje al final.
Un abrazo, Aurora, cuídate.