63. De vuelta (Patricia Collazo)
Espero hasta el último momento para apretar el botón de próxima parada. Si alguien se pusiera en pie para bajar detrás de mí, me echaría a temblar y no me atrevería a hacerlo. Pero por suerte soy la única que abandono el autobús.
Cuando mi pie toca el bordillo de la acera se inicia la carrera.
La calle se convierte en un bosque impenetrable. Un bosque cuyas ramas ocultan la luz de las farolas, cuyos cientos de ojos acechan mis pasos, cuyas pisadas furtivas, murmullos socarrones, croares y chillidos me erizan la piel.
Los pies se me enredaban en las abultadas raíces. Tropiezo, caigo y me levanto a la vez. Una trampa a la que el bosque me somete siempre que cojo el Búho. Y, aun sabiéndolo, soy incapaz de caminar, necesito correr. Sé que el bosque me echará a las fauces de una jauría en cuanto me detenga. Que los lobos hambrientos me devorarán sin piedad. Y que, como si los depredadores no fueran ellos, por la mañana todos me culparán a mí por haberlo permitido, por no haber gritado lo suficiente, y porque las niñas buenas no cruzan el bosque pasada la medianoche, y menos aun llevando minifalda.
Que temores como los de tu protagonista, con suerte, no lleguen a materializarse, no resta ni un ápice al salvajismo que motiva ese pánico, hechos posibles que, de no existir, no producirían ningún temor. Los casos se dan, el cerebro lo sabe y el miedo y la ansiedad son inevitables.
Que relatos como éste contribuyan a que el sufrimiento de tu protagonista sea infundado y parte del pasado.
Un abrazo y suerte, Patricia.
Efectivamente, Ángel. Ojalá que este tipo de miedos no sean necesarios ni justificados en el futuro. Un abrazo y muchas gracias.
Patricia, has descrito perfectamente ese miedo, demasiado cotidiano, que todas las mujeres hemos sentido alguna vez volviendo a casa.
enhorabuena por el micro y suerte.
¡Muchas gracias, Rosalía! Por pasarte a leer y por tu comentario.
Me ha encantado tu relato, Patricia, y la forma como cuentas esta triste realidad de tener que volver a casa con miedo, este bosque de abultadas raíces. Y, encima, si pasa algo, la víctima resulta que tiene parte de culpa. ¡¡Brrr!!
Una pena seguir con estos miedos, que primero hemos sufrido de jóvenes y ahora sufrimos con nuestras hijas. No sé cuándo nos pondremos las pilas como sociedad para cambiarlo.
Gracias por darle forma con tus palabras.
Un abrazo.
Carme.