63. El impostor (Anna López Artiaga)
Últimamente voy de sorpresa en sorpresa. Ayer llegué a casa y me encontré leyendo en mi sillón con los pies sobre la mesilla. Mi otro yo no me esperaba tan temprano y pareció algo incómodo, así que volví a marcharme y no regresé hasta pasadas las siete para no estorbar.
Por la noche, me quedé viendo una película antigua en televisión. Acabó pasada la una. Bebí un vaso de agua y me cepillé los dientes, pero cuando llegué a la cama, mi hueco estaba ocupado y Ángela dormía acurrucada en mis brazos. Me supo mal despertarme, así que me acosté en el sofá.
Hoy no ha sonado el despertador. Al llegar al trabajo —azorado—, el encargado me ha dicho que no me preocupase, que ya estaba en mi puesto desde primera hora y que mi actitud había mejorado mucho. Me he espiado desde el ventanal, trabajando con diligencia, y he regresado a casa cabizbajo.
Ahora no sé qué hacer: podría preparar la cena para cuando vuelva, podría espiar mis redes sociales para saber a qué atenerme… o podría adelantarme, comprar un ramo de flores para Ángela e ir a recogerla a la oficina.
¡Menuda sorpresa me voy a llevar!
La existencia de un doble es un tema literario que genera interés. Dicen que todos tenemos uno o, al menos, un otro yo, capaz de ver desde fuera cómo somos en realidad. En ese desdoblamiento, tu protagonista, o parte de él, ha ido de sorpresa en sorpresa hasta quedar descolocado, en una historia en la que una realidad que no parece posible toma cuerpo y genera inquietud al personaje, que luego nos transmite. Seguro que no nos cambiaríamos por él, expulsado al más incómodo de los limbos por una versión mejorada de sí mismo.
Un abrazo y suerte, Anna