64. Mundo imperfecto (Fuera de concurso)
Samuel echa de menos tropezar con un bordillo, como si un traspiés le devolviera algo de dignidad. No sabe desde cuándo reclama al ayuntamiento que la ciudad se adapte a sus necesidades. Documentos por registro, audiencias, cartas al director de los periódicos locales, apariciones en la radio, en la tele, hilos en redes sociales, de nada sirven. Le molesta caminar entre tanta loseta pulida, sin una rugosidad, sin un maldito escalón que subir. Escribe todos los meses al defensor del pueblo pidiendo que pongan escaleras en su bloque, adoquines en la calzada, que quiten las calles peatonales, las barras en los servicios públicos, las rampas, donde siempre resbala, los ascensores, el ruido tan incómodo de los semáforos. Mientras, la burocracia hace oídos sordos. Ha tenido que aprender el lenguaje de signos para comunicarse, y braille para leer sus novelas favoritas. Recuerda con nostalgia aquellos libros de tinta que tanto le gustaban y que ahora apenas encuentra. Intenta disimular su eterno enfado con lo que le rodea, obviar sus diferencias. Pero se siente un bicho raro cada vez que alguien lo mira con los ojos muy abiertos, ladeando la cabeza y susurra: «Uno que anda, ve y oye. Pobrecito».