70. TRASTOS INÚTILES (Rosalía Guerrero Jordán)
El hombre entra en la casa gritando que tiene hambre. Va dejando un rastro ácido de alcohol a su paso.
Madre e hija se miran, y la chica corre a servirle mientras la mujer intenta despegar las patatas de la vieja sartén de hierro. «Maldito trasto inútil, ¿cuándo podré comprar una nueva?»
El hombre devora un plato tras otro, entre sorbos de vino y chasquidos de lengua. Cuando termina, camina bamboleante hasta el sofá. Ellas cruzan un instante la mirada: saben que hoy una de las dos saldrá dañada.
De repente, el hombre agarra a su hija de la muñeca y la sienta en sus rodillas. Hoy le toca a ella.
Un diálogo mudo sobrevuela en el salón. La chica pide socorro; la madre grita se acabó. En sus manos, un paño sucio seca la vieja sartén.
Ambas miran el trasto inútil y vuelven a fundir sus miradas en una.
El hombre cae al suelo con los ojos abiertos mientras una mancha oscura y espesa se expande por el linóleo.
Esta vez ni siquiera necesitan mirarse: ambas saben que ha sido un accidente.
Un trasto inútil acabó con otro, con la complicidad de dos miradas encontradas que no necesitaron de mayor comunicación para ponerse de acuerdo sobre la futura declaración que les reclamarán las autoridades, para dirimir los detalles de lo sucedido.
Un relato muy gráfico y potente, a medida del entendimiento entre dos personas como tema propuesto.
Un abrazo y suerte, Rosalía
Pues sí, a saber lo que habrán pasado juntas para llegar a ese grado de entendimiento.
Como siempre, muchas gracias por tus palabras, siempre las espero con ganas.
Un abrazo.
Sí, señor inspector, ese inútil mal nacido nos maltrataba. Yo estaba secando la sartén cuándo se lanzo a por mi hija. Por instinto, la interpuse en su camino. Llevaba tal impulso que se rompió la crisma de un sartenazo. Ya lo siento, era un trasto viejo, pero me gustaba mucho. Ahora tendré que comprar una nueva.
Así es, señor inspector, nos zurraba de lo lindo. Mamá estaba secando la sartén cuándo él se lanzó a por mí, como un animal. Por instinto, ella me protegió con la sartén y la interpuse en su camino. Esa bestia llevaba tal impulso que se la comió. Una lástima, mamá adoraba ese cacharro. Ahora tendrá que comprar una nueva por culpa de ese inútil.
Y ni lo acordaron, ni nada, solo se miraron.
Me gustó, suerte, Rosalía.
Jajajaja, me gustan esas declaraciones, pero yo pensaba más bien en algo tipo: «borracho como una cuba, resbaló y perdió el equilibrio, con tal mala suerte que se partió esa cabezota tan dura que tiene, perdón, tenía».
Muchas gracias por pararte a leer y por esas declaraciones de madre e hija tan surrealistas.
Abrazo.
Pues el trasto resultó no ser tan inútil, después de todo: les regaló a esas dos mujeres un nuevo comienzo.
Le tengo que tomar prestado a Ángel su adjetivo, pero es que es el que mejor define tu relato: potente.
Bravo, Rosalía! Un abrazo.
Potente también debió de ser sartenazo que le metió al individuo.
Un beso y gracias por tus palabras. Nos leemos.
Sobran las palabras, Rosalía, es soberbio. Y el título perfecto, dos trastos inútiles. Muy bueno.
¡Abrazo!
Muchas gracias, Aurora, con lectoras así da gustico escribir.
¡Un abrazo de vuelta para tí!
Rosalía, un relato duro, realista y expresado con total claridad en donde las miradas cumplen perfectamente con la condición exigida en esta ocasión. El»sartenazo» al final sirvió para mucho.
Un abrazo
Dicen que la violencia nunca es el camino, pero ¿dónde está el límite entre la violencia y la autodefensa? Mucho mejor acudir a las leyes, pero ¿y si sientes que no te protegen? ¿y qué hacemos con el miedo? Preguntas sin una respuesta correcta.
Muchas gracias por pasarte a comentar, Pilar. Un abrazo para ti también.
Hola Rosalía,
Prefiero el final de tu micro que el de la gran mayoría de mujeres asesinadas en casos muy parecidos.
Nos leemos.
Sí, yo también lo prefiero. Gracias por leer y comentar.
Un abrazo y nos leemos.
Está claro que el verdadero inútil era el hombre, y cafre, y salvaje, y…
Precisamente uno de los objetos de mi infancia que me generan añoranza es la sartén, la que se ponía en la lumbre sobre las trébedes. Negra y curtida con el uso. Las mejores migas se comían ahí.
Cómo ves Rosalía , fuera de la historia despiadada que cuentas, también provocas recuerdos felices.
Pues me alegro, Rosa, de haberte traído esos recuerdos tan deliciosos, hmmm.
Un abrazo y gracias por tus palabras y tu tiempo.
Gran micro, Rosalía! Muy buen llevado desde el título!
Felicidades!
Un fuerte abrazo
Sí, el titulo está puesto a mala leche, la verdad.
Un abrazo y gracias por leer y comentar.
Hola, Rosalía… esa vieja sartén ha dejado de ser una trasto inútil. Tomarse la justicia por su mano? claro que no está bien, pero si la justicia no te lo soluciona ipso facto y tu vida y la de tu hija están en constante peligro… que parezca un accidente no es una mala solución… 😉
Un abrazo y suerte!
Efectivamente, tomarse cada uno la justicia por su mano solo lleva a una espiral de violencia. Pero cuando la justicia no te protege, no queda otra que defenderse.
Muchas gracias por tus palabras.
Un relato duro sobre una de las enfermedades que padece nuestra sociedad. Miradas que se funden desesperadas en una situación límite y deciden un “se acabó” con un arma inesperada que casualmente tienen a mano. La simbiosis madre-hija sigue con la última frase del relato. El título en plural me ha hecho pensar que algunas personas pueden acabar transformándose en unos trastos inútiles, pero dotados de maldad humana. Enhorabuena, Rosalía.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias, Josep. Al final un trasto inútil resulta ser de gran utilidad, y la maldad humana es inútil y por tanto prescindible.
Muchas gracias por pasarte a leer y comentar.