83. No hay Retiro (montesinadas)
Volcada sobre la espalda del barquillero muerto se escucha la persistente carraca de su ruleta. La manecilla gira más rápido si le impacta la bala de algún francotirador, oculto entre los árboles, próximo a la Casa de Fieras. Las barcas del lago flotan, sin rumbo, sobre miles de peces que se amontonan en la superficie, con los ojos y las tripas abiertas por las granadas. No hay parejas abrazadas en los bancos, ni amantes ocultos en el secreto de sus besos. Solo la nada, el vacío; y pese al sol radiante, inunda el Parque la oscuridad de una fosa común, un agujero negro sin medidas para formular el espacio/tiempo. Sombreros arrastrados por el viento con orificios de entrada y salida; cochecitos de bebé que ruedan sin control por el Paseo de las Estatuas, alguno arrastra del uniforme a la pobre niñera, como una marioneta ensangrentada. Los perros, huérfanos, olisquean los cuerpos, que aún no han sido recogidos, en busca del olor de sus dueños. Otros muchos, se amontonan ya en los camiones quizás, entre ellos, alguno con vida. Las sirenas lanzan, otra vez, su desgarrador sonido y salimos a la carrera para alcanzar a empujones los túneles del metro.
Será que nos hacemos mayores, pero cada vez que vemos eso que ahora llaman la polarización, algunos no podemos por menos que pensar en ese lugar maravilloso, como es el parque del Retiro, como el lugar infernal que ya fue una vez por la locura de los hombres.
Un relato que causa zozobra, una inquietud necesaria cuando se juega con la convivencia y nadie es capaz de ponerse de acuerdo.
Un abrazo y suerte, Manuel